Los toros, ante la posibilidad de convertir la resurrección actual en el motor del cambio
Los aficionados a los toros, ese sector tan irreductible como
reducido, es, sin lugar a dudas el flanco más débil del supuesto
renacimiento que parece estar viviendo la fiesta de los toros en estos
momentos.
Han sido engañados y vituperados por los taurinos; ignorados y
despreciados por los poderes públicos, insultados por los antitaurinos, y
condenados por el animalismo.
Hoy, ser aficionado a los toros es casi una heroicidad.
Y, lo que es peor: cada vez son menos.
El abandono de los que han
sido presos de la desidia se une a la ausencia de nuevos integrantes por
un creciente rechazo social y una deliberada política de ocultación de
la fiesta en muchos medios de comunicación y en las escuelas.
Los toros han perdido varias generaciones de españoles que no han
tenido oportunidad de conocer los secretos de la tauromaquia para
decidir en consecuencia.
Se les ha ocultado y negado su existencia, y,
hoy, millones de jóvenes no sienten el más mínimo apego hacia el
espectáculo porque no han tenido oportunidad de conocerlo cuando tenían
la edad adecuada para amarlo o rechazarlo.
Este podría ser el principal obstáculo para que la tauromaquia vuelva
a disfrutar de un renovado esplendor cuando han vuelto los triunfos de
toros y toreros.
La afición, sabia, exigente y generosa, ha sido históricamente, el
cimiento fundamental de la fiesta. Si pierde su fuerza, la tauromaquia
se tambalea y queda en manos de los taurinos -presuntamente culpables de
su olvido y decadencia-, del público, siempre infiel y veleidoso, y de
los políticos, dispuestos en todo momento a la apatía por criterios
electorales.
Cuando el pasado Domingo de Resurrección se abrieron las puertas de
la plaza de la Maestranza, la fiesta de los toros estaba en la UVI. Y
allí, día a día, a medida que fue transcurriendo la Feria de Abril, y
sin explicación aparente, comenzó a respirar por sí sola, abrió los
ojos, se levantó de la cama, comenzó a caminar, sonrió y contagió su
buena salud a todos los presentes.
Fue la consecuencia del buen tratamiento protagonizado por la casta de los toros de Torrestrella, la pujanza de los victorinos, la clase de la corrida de Santiago Domecq, la nobleza de los jandillas,
el misterio capotero de Morante, la maestría de El Juli, el liderazgo
incuestionable de Roca Rey, la torería de Urdiales, la grandeza
deslumbrante de Pablo Aguado…
Y la fiesta, recuperada y feliz, salió a hombros, por la Puerta del
Príncipe mientras familiares y amigos -aficionados y público- respiraban
satisfechos y orgullosos ante la recuperación milagrosa del enfermo.
Sin tiempo para el descanso, comenzó San Isidro, y en Madrid se
confirmó la exultante energía de la fiesta de los toros. En pocas
jornadas, la suerte se alió con el empresario Simón Casas, -a quien
tanto se había criticado por la elaboración de los carteles-, y se
sucedieron los triunfos de hierros ganaderos y toreros: La Quinta,
Fuente Ymbro, El Pilar, Montalvo, un toro de Parladé, otro de Juan Pedro
Domecq, Miguel Ángel Perera, Roca Rey otra vez, Paco Ureña, David de
Miranda…
¿Qué está pasando en la fiesta de los toros?
Quizá, tenga razón ese veterano aficionado que argumenta que es el
péndulo de la historia el que decide los periodos de exaltación y
oscuridad de las acciones humanas.
Otros aseguran que una más seria y eficiente selección ganadera a
raíz de la crisis económica y el empuje de nuevos toreros han propiciado
esta eclosión que supone un auténtico renacimiento de la fiesta de los
toros cuando padecía un coma que parecía irreversible.
Sea como fuere, bienvenida sea la bendita resurrección.
La fiesta de los toros tiene hoy otra cara, y el aficionado cuenta
con sobrados motivos para sonreír, gozar y olvidar, aunque solo sea de
momento, tantas tardes de desesperante aburrimiento.
Pero la justificada euforia actual no puede ocultar una realidad que
bien pudiera empañar un horizonte que se presenta optimista y cargado de
buenas noticias.
La fiesta de los toros ha resucitado en Sevilla y Madrid, las dos
plazas más importantes, referentes del estado de la tauromaquia moderna.
Pero, ¿será capaz el sistema de asumir el cambio en el resto de las
ferias? Es decir, ¿habrán entendido los empresarios -y junto a ellos,
los que más mandan en la sombra- que el cambio es necesario e
imprescindible, y que se deben modificar planteamientos obsoletos que
han demostrado reiteradamente su ineficacia?
¿Se abrirán los carteles a la presencia innovadora de los nuevos
nombres de los toreros emergentes o se seguirá apostando por la vetusta
veteranía que interesa cada vez menos?
He aquí la importancia de la afición. Si esta fuera visible por su
número, compromiso e influencia habría garantías suficientes para el
renacimiento taurino.
Pero no es así, y el público no es de fiar. Los espectadores son
ocasionales, inconstantes, magnánimos, poco instruidos taurinamente y,
en consecuencia, manipulables por el sistema. El público es flor de un
día.
En fin, que la fiesta de los toros se encuentra otra vez ante la
disyuntiva del ser o el no ser, de convertir la feliz circunstancia de
la resurrección actual en el motor del cambio que le permita soñar con
un tiempo nuevo y emocionante.
En poco tiempo se comprobará si la Feria de Abril y San Isidro no han
sido más que una vana ilusión o el inicio de una etapa ilusionante.
De los taurinos depende, que no de una afición exigua, comprometida y largamente vapuleada.
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