Desmadre con Cayetano
Un brindis a la plaza (a los tendidos de sol le conmueven
los brindis de los toreros), un muletazo de rodillas (si son varios,
mejor), una labor aseada (no son necesarias la hondura ni la ligazón) y
una estocada (no importa mucho la colocación) de efectos rápidos son el
seguro para pasear dos orejas en esta plaza, convertida en un sonrojo
permanente por su nula exigencia y por la actitud vergonzosa con la que
la presidencia dirige el espectáculo.
La llamada Feria del Toro de Pamplona
—en el sol y en la sombra— es un espectáculo festivo, gastronómico,
colorista y bullanguero, en el que la tauromaquia pinta poco más allá de
la presentación del toro.
Por esta única razón, Cayetano
cortó las dos orejas al noble toro tercero, al que no toreó de capote a
lo largo de la lidia y muleteó despegado en una labor aseada, con poco
mando y escasos momentos brillantes.
La ovación de la tarde (¡qué curioso!) se la llevó en el brindis al
público e, instantes después, enloqueció al sol con un molinete de
rodillas; ya de pie, el asunto fue a menos y sobresalió la calidad del
toro por encima del toreo superficial de su matador.
Pero cobró una
efectiva estocada y le tocaron las dos orejas en la gran tómbola
sanferminera.
Mejor como torero, más variado y efectista, buen vendedor de su
mercancía, estuvo ante el sexto, toro alegre y de buen son al que le
concedieron el honor de la vuelta al ruedo. Lo recibió con una larga de
rodillas en el tercio, airosas verónicas y un galleo por chicuelinas
para llevarlo al caballo; brindó a Induráin, se sentó en el estribo y, a
continuación, pases por alto de rodillas. Nobilísimo el animal,
enrabietado y entregado el torero, derechazos mirando al tendido,
molinetes y de pecho de rodillas, desplantes antes y después de tirar a
la arena la muleta y el estoque simulado, y una buena estocada. Destacó
mucho más la bisutería que el buen toreo y ese parecía el gran empeño de
Cayetano, dispuesto a convertirse en el triunfador de la feria. Y lo
consiguió con creces ante toros bonancibles, que le permitieron estar
más pendiente de su teatro que de sus oponentes. La verdad es que formó
una algarabía por todo lo alto.
En vista de lo cual, Perera,
que había estado ventajista y mecánico con el encastado segundo, se
hincó de rodillas en el inicio de faena al quinto para un arriesgado
pase cambiado por la espalda y cuatro muletazos con la mano derecha en
la misma posición. Aprovechó a su modo el codicioso y noble recorrido
del animal y dibujó algunos pasajes largos por ambas manos, pero por
debajo de la prontitud, fijeza y transmisión del toro. Pinchó -¡oh…!- y
se cerró la puerta grande.
Tampoco se fue de vacío Ferrera,
que sustituyó a Roca Rey en otra incomprensible decisión de la Casa de
Misericordia, después de que tres toreros se habían quedado sin torear
el lunes a causa de la lluvia y la ausencia de dos triunfadores de San
Isidro, Paco Ureña y David de Miranda. Indescifrable, también, el motivo
por el que Ferrera paseó una oreja tras un bajonazo al cuarto y una
labor de torero técnico y frío; y muchos muletazos sueltos y ventajistas
recetó al descastado primero.
Se notó, y de qué manera, que los toros de Núñez del Cuvillo están
diseñados para los toreros con estrella. Ni un mal gesto, ni un
tornillazo, ni una mirada con malas pulgas… Pase usted; no, por favor,
faltaría más, usted primero. Con la de fatigas que pasan algunos y que
otros se erijan en triunfadores con estos sucedáneos de toros bravos…
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