El Cordobés cortó un
rabo en Sevilla hace 50 años
Por Vicente
Parra Roldán.
Se cumple hoy medio siglo de una de las jornadas más
históricas vividas en la plaza de toros de Sevilla y que, pese al tiempo
transcurrido, aún se recuerda por los buenos aficionados existentes en aquella
población y, de manera especial, por quienes tuvieron la fortuna de gozarla.
Era la jornada del 20 de abril de 1.964 y se celebró
la tercera corrida de la feria, figurando en el cartel Victoriano Valencia,
Diego Puerta y para lidiar astados de Carlos
Núñez. La presencia del diestro cordobés había levantado tal expectación que, desde varios días antes, se había
agotado el papel, por lo que los tendidos estuvieron a rebosar.
Victoriano Valencia fue aplaudido al veroniquear a
sus dos oponentes. A su primero le realizó una faena reposada y de cercanías
para acabar de una buena estocada y cuatro descabellos, oyendo algunos
aplausos. En el cuarto, buena faena con arte y dominio para dos pinchazos y
estocada, paseando el anillo al concluir su quehacer.
Por su parte, Diego Puerta estuvo muy valiente con el
primero de su lote, que le cogió al instrumentar un natural pero el de San
Bernardo continuó en el ruedo para concluir, muy valiente, su faena de
pinchazo, media y descabello, pidiéndosela la oreja y, al no concederla la
presidencia, dar dos vueltas al ruedo entre aclamaciones antes de pasar a la
enfermería, donde no le apreciaron lesiones de importancia. En el quinto,
realizó una faena valentísima que concluyó de una estocada y un descabello,
siendo concedida la oreja.
Se aplaudió la actuación de El Cordobés al recibir al
tercero de la tarde, que brindó a Geraldine Charlot, y al que le realizó una
faena temeraria con la derecha para seguir con excelentes naturales entre el
delirio de los tendidos. Necesitó de media estocada y de cuatro descabellos,
solicitándose la oreja y, al no ser concedido,
ser ovacionado mientras pasaba a la enfermería para curarse de una
herida en una mano.
Pero la eclosión llegó en el que cerró plaza y, desde
el primer capotazo hasta el descabello que remató su actuación, el quehacer de
Benítez tuvo la rúbrica de olés y ovaciones.
Puso de relieve su valor sereno y
su personalidad por lo que sus más furibundos detractores fueron convencidos de
las cualidades del diestro que hizo el toreo de verdad sin olvidarse de la
parte espectacular de su conocido repertorio. Fue un trasteo indescriptible por
cuanto toreó como y cuanto quiso, trabando a la perfección los pases con una y
otra mano, por alto y por bajo, pisando un terreno de privilegio.
Con un
privilegiado juego de muñecas y con una admirable flexibilidad de cintura
engendró y remató los muletazos; ligó varias veces el natural y el de pecho sin
enmendar la posición de los pies. Clavadas las plantas a la arena y erguida la
figura, desarrolló a ley el toreo fundamental y, después, echó mano de su
repertorio.
En resumen, que toreó con suma facilidad, dominio y aguante, lo
mismo citando de largo que de cerca. Por ello, cuando dejó una estocada y el
refrendo de un descabello, los tendidos parecían nevados en la solicitud de
trofeos, por lo que el presidente del festejo, Tomás León, sacó a la vez los
tres pañuelos, concediendo los máximos trofeos a El Cordobés quien, tras pasear
en dos ocasiones el ruedo, salió a hombros por la Puerta del Príncipe en una
actuación que, pese a haber transcurrido cincuenta años, aún se recuerda por
los aficionados sevillanos.
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