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sábado, 3 de junio de 2017

SOBRE PONCE

Lo de Enrique Ponce ha sido objetivamente importante, con independencia de protestas y no protestas, una oreja de más o una de menos. 

Al muy suelto que le tocó en su primer turno lo lanceó primorosamente; pese a tener que ser de uno en uno, porque el toro de Hernández huía de su sombra, levantó oles de los de Madrid. Luego la faena de muleta tuvo su enjundia sobre ambas manos de las rayas para adentro. Incluso por el pitón izquierdo, por el que su enemigo protestaba. Toreo de despaciosidad, de mucho gusto, relajado el torero y siempre muy por derecho.
 El final con las poncinas atronó en el tendido. Pinchó antes de dejar una estocada, se le concedió una oreja y se le pidió la segunda.
Pero si esta primera versión fue la del Ponce elegante, templado, estético,  pausado, frente al astifino burel y corniveleto 4ºde la tarde, que se defendía porque andaba en números rojos en cuanto a poder, apareció un Ponce casi novilleril, con un arrimón jugándose los muslos entre los pitones, como si no tuviera ya más de 25 años de alternativa, una carrera hecha y una cuenta importante en el Banco. A esa figura se le puede llamar afición, o si se quiere responsabilidad. No hay por qué ocultar que luego hizo un metisaca de media espada en lugares espantosos, antes dejar una estocada algo rinconera.
 Para el rigorismo, un oprobio mayúsculo que se le concediera una oreja, y de paso la Puerta Grande. 
Y es lo cierto que el Presidente turno se maneja con una máquina de conteo de pañuelos y con unos criterios más laxos que otros colegas.  Pero es que al verdadero aficionado de mente abierta le daba exactamente igual si había oreja o no lo había; lo importante era la lección de hombría, de torero importante, que Enrique Ponce acababa de dar  con ese ”Rumbero”, que desentonaba más que el representante de España en Eurovisión.

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