La Maestranza y Pagés: ¿A por el siglo?
El polifacético empresario catalán Eduardo Pagés ya se había prodigado como ganadero en la plaza de la Maestranza a finales de la segunda década del pasado siglo XX. Pero iba a pasar a la historia por otra faceta, perpetuando su apellido en la nomenclatura de la empresa más longeva del mundillo taurino.
El coso sevillano había salido a subasta en 1929, un año fundamental en la historia de la ciudad, metida de lleno en el desarrollo de la demorada Exposición Iberoamericana que cambió para siempre su faz. Pagés presentó su propia oferta pero antes de la adjudicación envió una carta al teniente de la Maestranza dando por retirado su pliego. La plaza fue adjudicada por cinco años a un tal Abascal, que optó por rescindir su contrato en diciembre de 1932 después de algunos desencuentros con la propiedad. El marqués de Nervión, teniente de la Real Maestranza en aquel tiempo, acabó entregando la gestión del coso del Baratillo a Eduardo Pagés por una renta de 150.000 pesetas, fianza de veinte mil duros y duración de cuatro años. El contrato se firmó el 16 de diciembre de aquel lejano 1932. Ya han pasado 92 años…
Eduardo Pagés iba a montar su primera temporada en 1933. Fue un año desangelado –sólo se celebraron siete corridas de toros frente a once novilladas- en el que apenas hay que contar los trofeos conquistados por Domingo Ortega y el mexicano Armillita. Los acontecimientos se precipitarían al año siguiente con la exclusiva firmada al mismísimo Juan Belmonte, que reapareció en los ruedos y acudió en ayuda de don Eduardo, vetado -como el propio Belmonte- por la Unión de Criadores de Toros de Lidia en un farragoso pleito que acabaría dando origen a la Asociación de Ganaderías. Pagés también recurrió a Rafael El Gallo, que reapareció en Sevilla el Domingo de Resurrección de 1934. Belmonte, por su parte, esperó hasta San Miguel para reencontrarse con la plaza de Sevilla cortando un rabo de un toro de Clairac…
El contrato se iría ampliando hasta hacerse indefinido. Fueron trece temporadas en una primera etapa, con una guerra en medio que no logró doblegar las ganas de toros. El empresario catalán iba a coronar su propio tiempo anunciando a Manolete en cuatro de las cinco tardes de la Feria de Abril de 1945. Era la última. Falleció en julio de aquel año y la dirección de la empresa pasó a manos de sus colaboradores Manolo Belmonte y Enrique Ruiz. Llegaban unos años convulsos que sólo se resolverían en 1959 con el aterrizaje de Diodoro Canorea, que accedió a la gerencia por su matrimonio con Carmen Pagés, hija y heredera de don Eduardo.
Otros pleitos: la era Canorea
¿Qué había pasado mientras tanto? Ya han sido casi olvidados otros pleitos que enfrentaron a los Pagés y la Maestranza a mediados de los 50. Aquel proceso llevó al Cuerpo a denunciar a sus inquilinos en 1956 para resolver el enigmático contrato de arrendamiento. La justicia dio la razón a los Pagés pero, ojo, también absolvió a la Maestranza, en una sentencia salomónica, “de la reconvención formulada en su contra por doña Carmen Pagés sobre calificación legal de arrendamiento y beneficio de prórroga”.
Sin embargo, un año después se iba a revocar esa sentencia en contra de la Maestranza -absolviendo a Carmen Pagés- al fallar que “el contrato celebrado entre don Eduardo Pagés y la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, de fecha 17 de abril de 1945, de arrendamiento de negocio de espectáculos taurinos está sometido a la prórroga legal forzosa”. Ese pleito implicaba también dejar en el camino a los Belmonte. Para ello fue fundamental el apoyo económico de Antonio Cruz, el Alcalde de los Caballos, que se aseguraba su permanencia como contratista de la cuadra de picar que se mantiene inalterada hasta nuestros días.
La etapa más larga –hasta ahora- de los Pagés en la explotación taurina de la plaza de la Maestranza tuvo la impronta, el estilo y el alma del bueno de don Diodoro Canorea, eslabón fundamental en esta dinastía de empresarios en la que han tenido especial peso los yernos. Carmen Pagés, que había ganado el pleito a los Belmonte, había entregado el timón de la plaza a su marido. Pero don Diodoro no había sido hasta entonces un hombre del toro. Provenía del mundo de la banca pero se identificó por completo con aquel mundillo que le abría su enlace matrimonial. El flamante empresario organizó su primera Feria de Abril en 1959, precisamente la primera que toreó Curro Romero, que había tomado la alternativa aquel mismo año en las Fallas de Valencia. Desde entonces, las trayectorias del empresario y el torero fueron de la mano y, desde la estrecha amistad que les unía, nunca tuvieron empacho en señalar que sus respectivas carreras –y así se cumplió- finalizarían juntas.
Canorea, que accedió a la gestión a numerosas plazas durante en su trayectoria empresarial, también tuvo cierto papel precursor al dotar a la tarde del Domingo de Resurrección de la impronta que hoy mantiene además de potenciar otras fechas –ahora en decadencia- como la del Corpus. Comenzó montando una Feria de Abril de cinco tardes y acabó organizando las 19 del año 1999 en la cúspide de la pujanza del negocio taurino e inmobiliario. Don Diodoro se mantuvo al frente de la plaza de la Maestranza, con apoyos puntuales de Balañá o Chopera, hasta su fallecimiento en enero de 2000. También había montado la última feria del siglo XX pero no pudo verla. Fue relevado por su hijo Eduardo y su yerno Ramón Valencia en una temporada en la que se respetaron los compromisos adquiridos. Pero el año iba a concluir con polémica y barriendo los últimos restos de aquella exclusiva firmada a Morante que ya era papel mojado.
De suegros a yernos
Se iniciaba así una nueva etapa de la empresa Pagés que, de una forma u otra, precipitó la retirada de Curro Romero después de la polémica caída de los carteles de San Miguel de aquel año. Llegaban cambios en los modos y la filosofía empresarial, patentes en no pocos detalles mientras Eduardo Canorea Pagés y Ramón Valencia Pastor gozaban de los últimos años de bonanza económica y taurina. Todo se desplomó a lomos de la crisis económica y el derrumbe de la burbuja inmobiliaria. El que había sido un pujante abono –piedra angular de la economía de una plaza de temporada- también iniciaba un trepidante descenso.
En ese clima recesionista, Valencia y Canorea suprimieron gran parte de los festejos de la preferia en 2013 y llegaron a solicitar una adecuación de las condiciones del contrato a la nueva realidad económica. La Maestranza condicionaba esa revisión a la duración de ese contrato progresivamente subrogado que concluye en 2025. Las cosas se quedaron como estaban. No fueron las únicas dificultades afrontadas por el dúo Canorea-Valencia: aún resuena la asonada de la crema del escalafón que dejó sin figuras el abono sevillano en el bienio negro de 2014 y 2015 después de que Eduardo enviara a José Tomás al Senegal en el transcurso de un almuerzo con la prensa especializada. El exabrupto se tomó como chispazo para romper las hostilidades entre los toreros y la empresa incendiando un conflicto larvado por los derechos de imagen. Fueron, seguramente, los momentos más duros del binomio en los despachos de la calle Adriano. Al finalizar la temporada 2015, cumplida la edad de jubilación, Eduardo decidió colgar las botas y renunciar incluso a su cuota de participación en la empresa. Se cerraba otra etapa. Valencia quedaba de gerente único.
Eduardo Canorea ya había dado sitio en la empresa a un íntimo suyo, Pedro Rodríguez Tamayo que pasó a ocupar el número dos en el organigrama de la firma mientras se recuperaba la calma en las contrataciones antes de llegar a un nuevo escollo tan inesperado como indeseado: el malhadado covid… La temporada de 2020, de hecho, se llegó a presentar formalmente pero no pudo celebrarse. Hubo que esperar al otoño de 2021 para que la plaza pudiera volver a abrir sus puertas después de un delirante viaje a ninguna parte compartido con las autoridades de la Junta de Andalucía. La temporada de excepción que se había cocinado para la primavera se llevó hasta septiembre y octubre. El faenón de Morante de la Puebla redimió todas las cuitas y abrió sus años prodigiosos…
Pero al año 2021 aún le quedaba un capítulo más o menos reservado –el pleito del IVA- que no iba a dejar a nadie contento. Mientras se aventuraba el desenlace apareció una novedad: la crítica pública e inédita de un miembro de la junta de gobierno de la Real Maestranza –el diputado de plaza Luis Manuel Halcon- a la gestión de sus arrendatarios. Los Pagés habían puesto ese pleito a los maestrantes por la gestión del IVA soportado por los espectáculos taurinos. La sentencia se dictó hace justo tres años revelando datos concretos que hasta ese momento eran sólo conjeturas. La Real Maestranza de Sevilla percibe el 21,88% del bruto total que producen los ingresos de la plaza repartidos entre el montante de la taquilla, los derechos audiovisuales y el ambigú. Pagés, por su parte, demandaba a sus caseros 6.181.672,38 euros en concepto de IVA.
Ésa era la parte más llamativa del desencuentro entre las partes pero el meollo de la cuestión estaba en otro estrato… Los Pagés, en calidad de arrendatarios del inmueble, habían cancelado la tolerancia de las visitas turísticas a la plaza de toros –inseparables de la visita al museo, gestionado por los maestrantes de acuerdo con la empresa- por lo que se generó un derecho a indemnización que la jueza cifró en el 50% de los beneficios obtenidos por dichas visitas en atención a un acuerdo verbal entre ambas partes para repartir a medias los ingresos generados por espectáculos o eventos atípicos celebrados en la plaza. El asunto aún colea, envuelto en un inquietante pacto de silencio entre las partes.
En medio de esas circunstancias, que pueden pesar cuando se aborde la renovación del contrato, se produjo la salida de Rodríguez Tamayo que sirvió de espoleta para que Ramón Valencia Pastor presentara a su hijo Ramón Valencia Canorea -nieto de don Diodoro y bisnieto de Eduardo Pagés- como flamante consejero secretario. Se sumaba así la cuarta generación en las orillas de un un fielato fundamental: cumplir un siglo al frente de la plaza de la Maestranza.
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