Consecuencia directa de la decadencia de la suerte de varas es la falta de casta, y hoy los toros adolecen de ella. Y por ello no se pican. El picador en la plaza es sólo adorno. Puro trámite. De todas formas, tienen que mantener la verticalidad, evitar la colisión y dejar que las pocas embestidas se pierdan por la senda del preciosismo de un par de derechazos y algún que otro natural. Atrás van quedando aquellos toros que hacían compatibles conceptos como furia y emoción, bravura y toreo. Ahora, una apacible colección de sutiles pases armónicos conquistan por su atractivo, pero nunca por su emoción.
Quizá sea hora de forzar la máquina y conseguir que la casta y la pureza, géneros que se tocan sin llegar a entrelazarse, acaben fundiéndose en uno solo. Porque, si no, esto se convierte es una pantomima demasiado cara. En un espectáculo de toros flojos, sin fuelle, apagados y cansinos. Y con esto, ya se sabe, el toreo se transfigura en una colección de pases sin sentido, lineales, aburridos y monótonos.
Las corridas de toros viven una especial crisis con la suerte de varas. Una crisis terminal. Se acaba. Algo completamente comprensible dado que ya no salen astados para ser picados. Desvanecidos tras los primeros lances de capote no necesitan más "castigo" que seis arpones de banderillas. La evolución del toreo y, sobre todo, la del toro marca el principio del fin. Así que réquiem floreado para ese simulacro de cada tarde por el que ha transcurrido la Feria de Abril.
Por otra parte, no hay suerte en la lidia que genere tanta necesidad exculpatoria que la de varas. A ella se le dedica los más intensos afanes reflexivos con todo tipo de argumentos en defensa de su existencia. Como si picar necesitara, por principio, un descargo sobre su propia intención. Resulta penoso el hecho de que tan bella suerte deba definirse continuamente desde el punto de vista teórico. Es como si las formas de picar hubiesen de partir desde la fatalidad de sus circunstancias negativas, y no frente a la conveniencia incuestionable y necesaria de su ejecución.
Lo más inquietante de esta situación es que tiene fecha de caducidad. Y el futuro ya está aquí. No queda otra que poner en valor la casta. Aunque no es, precisamente, donde radica hoy el interés del toreo.
Manuel Viera (Burladero Andalucía )
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