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SAN ISIDRO.
SAN ISIDRO.
Ya está aquí, llegó el día, San Isidro ha comenzado. El ciclo taurino más importante de la temporada arrancaba en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid.
Y, azares del destino, la primera del abono madrileño resultó un atronador petardo. Petardo, en general y con matices, de los que hicieron el paseíllo, y petardo completo y sin paliativos de la ganadería. José Luis Pereda volvió a ser la ganadería de siempre, esa mansa y descastada que aburre hasta al más pintado. Muchos nos lo temíamos y, desgraciadamente, no nos equivocamos. Algunos dirán que Pereda ha lidiado destacados ejemplares en los últimos tiempos. Y es verdad, pero también lo es el que esta ganadería cuenta en su haber con más corridas malas que buenas. Y Taurodelta, como nos quiere y nos mima tanto a todos los aficionados, nos la colocó para abrir boca.
El resultado: tras la muerte del cuarto o quinto, torrentes de espectadores se esfumaron de los tendidos sobrepasados por el tedio y el aburrimiento. Y es que hubo pocas, muy pocas, cosas que rescatar y que llevarse para el recuerdo.
Un nombre, el de Luis Carlos Aranda, fue el que más se repitió en los corrillos de aficionados una vez finalizado el festejo. El banderillero de Morenito de Arande se llevó la que fue la ovación de la tarde. La consiguió tras parear, como de costumbre, de forma soberbia al sexto. Luis Carlos clavó los palos como dictan los cánones, sin carreras ni florituras más propias de una pista de atletismo o de un ballet, que de una plaza de toros. Llamó al toro, le fue andando al encuentro, reunió los palos, se asomó al balcón, y clavó en la cara. Todo ello con suprema torería y…valor, mucho valor y exposición.
También se la jugó su compañero Pascual Mellinas (el toro le puso los pitones en el pecho) y el subalterno Miguel Martín en el segundo (también se desmonteró).
Al margen de estos tres hombres de plata, el resto de lo acontecido fue para olvidar.
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