Una amiga tiene un perro triste ( de nombre Pepe ), de mirada desubicada, como buscando algo que no encuentra. La belleza viva y rápida de mi amiga no casa con su perro. Pepe es lento, admite cualquier trato con la indolencia de quien ya ha vivido tanto. Sus ojos dicen que le da igual.
A Pepe lo mandó castrar mi amiga Le digo que Pepe está como allá, que nunca está donde ella lo pone. Se le pasará, dice la bella. Es el post-operatorio. Pepe es ya un eunuco. Yo creo que lo sabe. Se sabe sin celo, se sabe sin la masculinidad genética que aviva su instinto animal natural, sus querencias naturales, sus deseos naturales.
A su lado pasa una perra hembra de ágil trazo en sus pasos. Pepe la mira sin deseo, como con vergüenza. La hembra, de la que no sé su nombre, hace tiempo fue vaciada de sus genitales femeninos. Ya se acostumbró a no ser un animal. Una perra. Ya admitió que es una mascota. Quizá por ello sólo aspira a ese caminar perruno y grácil, en una especie de provocación de la nada. Su poder ya es sólo esa forma de caminar de pasarela como recién salida de la peluquería. Ni es macho, ni es hembra, ni es perra. Es mascota. Una mascota no es un animal. Es un post animal. Un ser diseñado y manipulado en sus órganos y genes para ser objeto y sujeto del ser humano.
Mi amiga guapa, que se deja llegar con facilidad, pero creo pensar que debe ser muy caro tocarla, afirma que castró a Pepe por su bien. No podía con su ira de can macho en un departamento cuco y de diseño. Su fuerza no era domesticable. Domo. Casa. Esclavo. Amo. Sólo es griego en el estado más puro. Doméstico. Esclavo. Le pregunto qué siente:
-¿Yo por ti?.
-No, hermosa. Pepe… ¿Qué crees que siente Pepe con esos ojos que lloran sin lágrimas?
-Se le pasará… Se va a acostumbrar…
-¿A qué…? A no tener lo que la naturaleza le dio. A no ser un animal defectuoso y no completo no entero. Ella dice post operatorio, también le sucede a las personas. Miro a Pepe… Mamando gallos que dicen en Colombia, hermano. Mira compa, Pepe. Déjame que te cuente: a mí que desaparezca el oso panda pues no me gustaría. Pero la cuestión moral que me provocaría no es la misma que si desaparece la raza quechua. O que al lado de Pepe una madre y una hija humanas, de mi raza, busquen comida en los cubos de basura. Pero te digo más, Pepe: Dicen los animalistas que saben que tú sientes. Y si sientes, por qué te hacen esa aberración. A ti y a los millones de mascotas que hay en el Mundo. El 56 % de los hogares del mundo tienen un Pepe o una Pepa. ¿Quién les da autoridad moral para este bárbaro maltrato? Claro… Pepe.
El negocio de las mascotas facturó hace dos años 40.0000 millones de dólares en el mundo. Me pregunto cuántos cojones de perros hay en la basura por su bienestar. El que le piden los animalistas a la Corte Constitucional de Colombia para el toro bravo al que lidian en una plaza taurina, en esta cantidad: más o menos el 0,00001 por ciento respecto a los machos y hembras castrados para ser mascotas. Para que alimenten al mercado más productivo desde la era del llamado petrodólar venezolano. Pepe, Camarada. A la Corte Constitucional no le piden que ya no corten más cojones de macho perro o gato. Eso no es maltrato. Eso es bien tratar al animal. Hacerlo más saludable. Más natural. Más él.
Yo sé que dentro de un tiempo las cosas volverán donde estaban. Donde estaba el perro. Él árbol. El río. El pez. Volverá ese tiempo, porque la catástrofe moral y bárbara del animalismo que trata de terminar en mi país con el ecosistema más perfecto del Mundo: la dehesa de bravo. Y en unos años habrá causado un desastre ecológico tan bárbaro que el calentamiento global se habrá alimentado de su inmoralidad. Ellos son los maltratadores. Bestias. No lo digo para tu consuelo. Pepe. Camarada. Tú tienes que aprender a ser mascota. Ya no eres animal. Nadie te va a regresar tus cojones. Mamando gallos.
Por Carlos Ruiz Villasuso.
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