Los toros lo que necesitan no es que unos oportunistas políticos se dediquen a husmear en ellos rastreando los taurobolios del Gárgoris Sánchez Dragó, las fotos gore de los antis, las verónicas de Teseo en Creta o un verso de Federico; los toros lo que simplemente necesitan para defenderse es... toros. Y nada más.

Esa simplísima ecuación no es preciso llevarla a parlamento alguno, a que los llamados «representantes de la sacrosanta voluntad popular» se dediquen a hurgar con un palito a ver si sí o a ver si no, con el voto particular de uno del grupo mixto; esa ecuación se defiende por sí misma a cambio de que siempre se apoye en la incontrovertible verdad del toro, si éste es fiero, agresivo y peligroso.
Pero ¡ay! Cuando el mal llamado toro es un pobre animal bobalicón y estúpido, cuando en ese pobre animal ves al herbívoro y no a la fiera, cuando el bicho está vencido desde que sale del chiquero, cuando el disfrute no se basa en el conocimiento del lidiador que es capaz de sortear con guapeza las tarascadas de la fiera sino en un evanescente y decadente ‘arte’, entonces todas las ayudas son pocas, porque ese ballet cutre que hace a tantos poner los ojillos como los de Jonatan Matthias, el de ‘El último hombre vivo’, y entonar esas deplorables jaculatorias sobre parar el tiempo, hay que ir poniendo algún otro valor añadido -en este caso la pamema del patrimonio cultural inmaterial- para justificar que esa sinrazón que consiste en hacer ir y venir a un bichejo semiamaestrado a base de parar relojes es algo especial, acaso porque lo dice el parlamento.
En esa lógica el siguiente paso sería abolir la muerte a estoque del pobre bicho que no se mete con nadie y encima colabora lo que puede a que mane el ‘arte’.

No debemos equivocarnos, pues el toro está antes que el PCI, tal y como lo hicieron en Francia: primero el toro y luego el PCI, porque por mucho PCI que haya, la tauromaquia ful hecha a base de arte y sin toro es sólo una pura decadencia.
Por José Ramón Márquez ( Del toro al infinito )
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