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lunes, 24 de agosto de 2020

SILENCIO DE AGOSTO



Por Santi Ortiz

Galopa el tiempo, mudan las cosas; aunque otras permanecen, como la prevaricación de la ministra Yolanda Díaz, terca en su discriminatoria negativa de ayuda a los profesionales taurinos. Para los más necesitados, el tiempo es, sin embargo, un caballo trabado que no acaba de alcanzar el punto final de una pesadilla llena de desesperanzas, de colas de hambre, de humillación y agravio.

Desde la asociación de picadores y banderilleros, se dijo que iban a interponer una querella contra la sordomuda ministra, pero ignoro si se ha llevado a cabo. Tampoco entiendo la tibieza con que la Fundación del Toro de Lidia se ha implicado en este contencioso, que entraba de lleno –como ataque externo al toreo– en los objetivos que desde sus inicios se había marcado. La firmeza y contundencia exhibida en otras ocasiones ha brillado aquí por su ausencia, cuando era y es un asunto de la máxima gravedad e importancia; un asunto que sólo una intolerable negligencia puede abordar de soslayo, que sólo la incuria o la indolencia puede invitar a pasar página dejando que los incumplidores de la ley, adversarios confesos del toreo, se salgan con la suya.

Para empeorar aún más la situación que atraviesa la tauromaquia, la corrida del pasado 6 de agosto en El Puerto de Santa María ha dado balas al enemigo y –endurecimiento de las medidas de la Junta, mediante- se ha cargado la temporada en Andalucía, a la que sólo el salvavidas de la televisión ha conseguido librarle del naufragio algunas corridas. Yo no voy a dudar de la honestidad de Garzón ni le voy a privar, como tanto gustan otros, de su derecho a la presunción de inocencia –hay expedientes abiertos que ya dirimirán su grado de responsabilidad en el asunto–, pero es evidente que, por las causas que fueren, había más público que el debido en la plaza y que, pese a las advertencias megafónicas, éste no respetó en su totalidad ni la distancia de seguridad ni el uso de mascarillas. Lo cierto es que por un desliz, un descuido o un yerro, se ha causado un daño irreparable obligando a suspender corridas emblemáticas como la Goyesca de Ronda, la feria de San Miguel, en Sevilla, la de Almería o la corrida estelar de la feria de Linares, entre

otras.

En el resto del país, con los rebrotes de la pandemia a un ritmo preocupante, la cosa no pinta mucho mejor. Este silencio de agosto, con su puñal ausente, me deja malherida la afición y me trae la nostalgia de otros años, cuando las noches agosteñas se poblaban de coches de cuadrilla que cruzaban España por los cuatro puntos cardinales, en una caravana de sueños y cansancios, de ilusiones que rodaban sobre su guía de asfalto hasta alcanzar la posta de una ciudad en fiestas, con sus calles vacías recién regadas y engrudados carteles que daban sentido a aquel peregrinaje señalando la meta redonda del ruedo, donde, en la tarde, los miedos se cubren de alamares y los hombres de gloria. Y a la vuelta de la lucha terrible con el toro y el público, una cena frugal o una bolsa llena de bocadillos y vuelta a tornar carretera adelante, con la fatiga a cuestas, en busca de otra plaza y otros toros ante los que mostrar el grado de frescura de aquel sueño de infancia que los condujo un día a querer ser toreros.

 Era España en agosto un polvorín de fiestas, de festejos paganos, omnipresente el toro como un dios mitológico que hundiera sus pezuñas en un poso de historia.

 

Desde Azpeitia y Huelva a San Sebastián de los Reyes, Colmenar y Linares, con el puerto especial de Bilbao y su Aste Nagusia entre medias –¡qué tremendo Paco Ureña en su última edición!–, convierte el octavo mes del calendario en un avispero de expuestas femorales y notas ganaderas, donde el torero llora por dentro la alegría de serlo y la bravura oculta el dolor de la casta. Cencerros de cabestros, cuan campanas antiguas, pueblan las corraletas de las plazas de toros y un ejército de gorras y sombreros alados ocultan las bolitas que traen buena o mala fortuna en el soleado cenit de los sorteos. ¡Cuántas mariposas de oro en los trajes de luces! ¡Cuánto convivir con el miedo en los cuartos de hotel! ¡Qué enciclopedia de ilusiones!

 Ay, burguesitos del Gobierno y adláteres, si supierais lo que es jugar a la ruleta rusa de la incertidumbre cada tarde, ponerse guapos para exponer la vida ante la oscura mirada de los toros, darlo todo por un misterio que te atrapa de niño para ya no soltarte. Aprenderíais a mirar la vida cara a cara y no a cabildear, a arrastraros por un surco de intrigas, a decidir la vida de los otros sin un leve fantasma que os atribule el sueño. ¿Aún os queda conciencia? ¿Y dónde la empleáis?

Agosto está en silencio. Se ha roto el azogue del espejo taurino. Dos enfermedades: la del virus y la de los políticos han unido sus fuerzas

para hacer de España una colonia y del toreo un recuerdo. 

Pero hay luciérnagas que aún siguen brillando, y cada estrella muerta esconde un arco iris que ilumina esperanzas. Incluso en este agosto, llenode oscuridades y de cuervos, palian mis pesadumbres una serie de novilleros sin caballos, que sigo y a los que dedicaré mis letras otro día. A edad tan corta, ya se pasean gallardos por las márgenes yertas de la muerte. Y alguno lleva un fulgor de futuro en sus maneras. Y a pesar de este agosto ayuno de coches de cuadrillas zigzagueando España, me bajo a los jardines a impregnarme de aromas ,y  pensando en estas criaturas, siento que el toreo no ha dicho aún su última palabra.

 

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