El toreo en su generalidad, desde que fue arrebatado por el pueblo a la nobleza, establece tan sólo dos etapas en la evolución de este arte: la lidia romántica y el toreo belmontino.
Por un lado, la tauromaquia eterna y, por otro, el toreo moderno.
Son, en definitiva, dos épocas representativas en la ejecución del toreo y responden a las únicas posibilidades del juego creador de las suertes, según tenga su fundamento en las piernas o en los brazos del coletudo, existan o no terrenos imposibles para realizarlos, o se mantenga o aminore la distancia entre diestro y cornúpeta en su desarrollo.
El edificio de esta taumaturgia descansa en las columnas de dos enfrentamientos gloriosos. El encuentro “Lagartijo“-”Frascuelo” y la dualidad “Joselito-Belmonte“. En ambos acontecimientos fue siempre respetado el postulado del toro como protagonista.
La primera referencia supone nada menos que la división de España. Rafael Molina es la serenidad en la técnica de reducir al animal. Salvador Sánchez aparece como vendaval para la muerte del astado. “Lagartijo”y “Frascuelo”, en definitiva, encarnan un enfrentamiento de personalidades en magnífica lucha con la fiera, desde aquella competencia torera de la severa Córdoba y la feraz Granada.
Pero la manifestación máxima de la lidia tiene un nombre insuperable: José Gómez Ortega, oficialmente “Gallito” por exigencias de estirpe y popularmente conocido como “Joselito”.
Supone cierre y gloria definitiva de dicha etapa como el mejor y más sabio lidiador de todos los tiempos. Su impronta fue el dominio de todas las suertes, incluidos los garapullos, llegando a encarnar el compendio de la lidia conocida hasta el momento, pero imprimiendo tal novedad a lo realizado que, sin tratarse de un torero revolucionario, alcanzó cotas de personalidad inigualable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario