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martes, 10 de abril de 2012

LA HERENCIA TAURINA BELMONTINA

 

Juan  Belmonte es -junto a Joselito- una de las más anchas y nobles ramas del tronco del toreo sevillano, no pudiéndose entender la evolución del toreo posterior sin el estudio de su figura, siempre enhebrada en la de Gallito, su compañero y rival de tantas tardes pero sobre todo su gran amigo, al que le profesaba una confianza absoluta. “Que se haga lo que diga José”, repetiría siempre Belmonte, que llega a retirarse de la contienda después de la muerte de Gallito aunque aún volvería en dos etapas distintas haste retirarse definitivamente en la Guerra Civil.

Pero, ¿cual es la verdadera aportación del trianero al hilo histórico del toreo? Belmonte trae al toreo una considerable reducción de los terrenos, una invasión de las trayectorias naturales de los astados, que unida a un estético patetismo condicionado por la personal apostura de su figura, cambiará para siempre los fines del toreo. Sin embargo los últimos estudios revisionistas no nos permiten entender la figura de Juan sin la de José, que es el que abre técnicamente los nuevos caminos que está emprendiendo el toreo. El temple, quietud y estética esbozados por Belmonte necesitarán de la magistral influencia del torero de Gelves para profesionalizarse, para poder ser impuesto progresivamente a un mayor número de toros. Juan sería cada vez más José y viceversa, pudiendo afirmar que la progresiva brillantez, el futuro toreo ligado, nace de la fusión de poderío gallista y la puesta en escena belmontina.

Su trayectoria torera abarca tres épocas diferenciadas. Desde sus comienzos al 1915, en la que esboza sus principios toreros. Prosigue entre 1915 y 1926, cristalizando su estilo y enhebrándolo en el oficio joselitista. Su última vuelta fue entre 1934 y 1936, sin añadir nada especial. Pero es verdad que nada fue igual después del genial trianero, no sólo en la lidia sino en las formas tradicionales. Suprimió la coleta y la aflamencada indumentaria de calle de los lidiadores, señoriteando la profesión. Se rodea de intelectuales, y sobre todo es el más firme impulsor de la fiesta entendida como un espectáculo más estético que dramático.





Retirado de la profesión, ganadero de reses bravas, figura inconfundible del callejero sevillano, hermano de la muerte y dueño absoluto de su destino, se marchó para siempre una tarde de primavera por los campos de Utrera…

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