
(COLPISA, Barquerito)
Sábado, 17 de marzo de 2012. Castellón. 6ª del abono de la Magdalena. Casi media plaza. .
1º de los Desafíos Ganaderos. Tres toros de Victorino Martín, que se jugaron por delante, desiguales de lámina y condición, muy ofensivos, y tres de Hijo de Celestino Cuadri, hondos, enormes, parejos, bravos en el caballo salvo el sexto, que protestó, y de darse con temple en la muleta. Los seis fueron ovacionados de salida y en el arrastre.
Uceda Leal, de rosa y oro, una oreja y saludos. Alberto Aguilar, de violeta y oro, oreja y oreja. Rubén Pinar, de nazareno y oro, oreja y oreja.
Alberto Martínez resbaló después de ponerle al sexto un primer par de banderillas y resultó cogido, volteado y apaleado. Varetazos varios de pronóstico leve.

Cárdeno claro, alto y levantado, degollado, el segundo, abierto de cuerna y bizquito, provocó de salida un oh de admiración. Raro el tipo. Fue toro bastante vivo pero el más templado de los tres de su casa. De largo y elástico cuello. Apretó en banderillas, tuvo fijeza, metió la cara en los viajes por la mano derecha, solo se dejó ver en un pase por la izquierda resuelto en testarazo y desarme.
El tercero, zancudo y sillote, cornipaso y destartalado, estaba fuera de tipo. Cárdeno, sí, pero. Genio violento en el caballo, frenazos, toro amusgado que echaba las orejas en alerta y se emplazó después de sangrado porque sentiría que era en los medios donde más protegido estaba. Tuvo fondo agresivo. La escopeta cargada. Se metía por debajo. Un punto filipino. No era tobillero sino que buscaba. Fue, por lo demás, caja de sorpresas y, sometido y consentido por Rubén Pinar –seria e inteligente faena de poder-, pareció mudar con el trato. No se ocultaron sus dificultades. Por alto se volvía protestando.

Alberto Aguilar, pura polvorilla, calambre torero constante, se templó en el arranque de faena con el segundo. En sitio bueno. Donde más quería el toro. Segunda raya. Alardes de cruzarse al pitón contrario con la sangre caliente y no fría. Un peleado cuerpo a cuerpo. La emoción del toreo de fajarse. Una estocada ladeada, rueda de peones, un descabello. Y, luego, la poderosa faena de Rubén Pinar, su capacidad para salvar el trance del tercero, que no tuvo apenas embestidas francas sino que cada viaje era un problema. Recursos, firmeza y autoridad del torero de Tobarra, que era novedad en los carteles de colmillo retorcido. Novedad importante. No un advenedizo ni un desesperado.
La mitad de Cuadri se vivió como una fiesta. Los tres toros pasaron el listón de los 600 kilos y dos de ellos, cuarto y quinto, que fueron dos gotas de agua. estaban bordeando los 650. Espléndidas láminas. Astifinos y cornicortos, de una seriedad imponente. Ovacionaron con fuerza a los tres de salida. Y en el arrastre también. Cuarto y quinto se emplearon de verdad en el caballo. Romanearon los dos; el cuarto descabalgó a un piquero tan notable como Germán González, jinete seguro; el quinto pareció apretar los dientes al sentir la llama de la puya; se oyó un “¡Viva Cuadri!” cuando el toro recargó en plena batalla.Un caballo de pica extraordinario.
Los dos toros, chatos y rabicortos, fueron nobles de verdad, se movieron templados desde la misma salida y sacaron en la muleta ese denso son tan privativo de la ganadería. Uceda se acopló con el cuarto y lo toreó muy despacio. Pecó de embriagarse y no se percató del momento en que el toro, a punto de aplomarse, le pidió en silencio la muerte a espada. Gran toro, pese a irse a morir al paso a las tablas de enfrente. Y faena de carga sentimental: entregado Uceda como si fuera torero nuevo.

Dos horas pero nadie parecía cansado. Detalle de buen espectáculo, que tuvo de final el complicado pero no imposible de los tres de Cuadri, que se dolió pero apretó en el caballo, que se arrancó contra el veterano Alberto Martínez al verlo caído en el suelo –resbalón sobre la cal de las rayas- y le pegó una paliza monumental pero no lo hirió, y que, sobre todas las cosas, vino a ratificar la capacidad de Rubén Pinar, su mucho saber, su esmero, su temple, que no es nuevo pero aquí contó mucho más que nunca. No fue sencillo encarrilar ese toro ni enjaretarlo finamente y sin desmayo. Con conocimiento de causa. ¿Qué quién ganó el duelo? El jurado no dio por altavoces su veredicto. En clamor popular, Cuadri.
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