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sábado, 8 de septiembre de 2012

Acierto televisivo.



Las cámaras de TVE hicieron el paseíllo en Valladolid, seis años después. Y parecía que no habían pasado los años. Una acertada realización permitió que en las pantallas de televisión se viera la realidad del arte del toreo. El balance es muy satisfactorio para el aficionado.
 Y la experiencia digna de repetirse. Entre otros muchos datos, deja uno significativo: tan sólo en Cataluña más de 120.000 siguieron la retransmisión. Como para que sigan diciendo que en aquellas tierras no hay afición.


acción

 
 

Los toros han vuelto en directo a TVE, la sociedad española ha vuelto a la normalidad. No hay que engañarse: lo anormal era lo que ocurría en los últimos seis años; la normalidad es lo de esta tarde. En algunos medios se ha escrito que ha sido “una imposición del PP” y que se hacía “en contra de la opinión de todos”. El propio sectarismo les pierde. La realidad va por otros caminos, se pongan como se pongan.
De hecho, hasta la hora de elaborar esta crónica de televisión, los mensajes que aparecen en las redes sociales --los hay de todos los colores-- son ampliamente favorables a la iniciativa.
El índice de audiencia, que se conoció este jueves, puede considerarse bueno: solo nos precedió en el ranking el programa "Sávame". Pero tampoco es cosa de sacralizar el número de marras, que los usos de la televisión tiene sus peculiaridades. No es una casualidad que a la misma hora, en la telebasura se tuviera “droga dura”: un hijo extramarital de un famoso y la novia respondona del hijo de otro (torero, por cierto), además de las peleas habituales, que ultimamente echan humo. O sea, que prevención ante el impacto de la corrida tenían, desde luego.
El conjunto de la emisión ha tenido un buen nivel. Para el aficionado, al menos, un nivel excelente. Quizás lo mejor la imagen, porque si algo hay que destacar es el excelente trabajo del realizador. Huyendo de la tentación de hacer un calco del estilo Canal +, ha optado por su propia versión. Y acertó. En lugar de perderse –y de paso perdernos a los telespectadores-- con cosas adjetivas, se ha centrado propiamente en la corrida, ofreciendo unos atinados planos medios, en los que justamente se podía ver el toreo en toda su extensión: desde su mismo comienzo hasta el final. Para los aficionados, lo que se quiere ver.
Por acertar, han atinado hasta en la parte musical, que al natural ofrecía la Banda de turno --que es excelente, por cierto--; su reproducción en pantalla tenía los tonos justos y nítidos, frutos de un buen trabajo de los técnicos. Lo de “Suspiros de España” ha sido sencillamente colosal. El subidón que esos minutos provocaron en el twitter es un buen termómetro.
La narración, correcta. Quizás demasiado excesiva, porque los narradores no se tomaban ni un respiro; los que les oíamos tampoco podíamos. El relato general del narrador más parecía pensado para la radio que para la TV, por la pormenorización hasta de lo que era obvio porque se estaba viendo en directo. Demasiado marginado Ruíz Villasuso --al que dejaron decir pocas cosas, pero todas con mucho sentido--, el fichaje de El Niño de la Capea puede ser mejorable en el futuro: se embalaba más que nada como ganadero y alcanzaba dosis excesivas de palabras, a un ritmo acelerado, además.
Sin duda, Pedro G. Moya se explica bien –diríase que hasta con atinada didáctica-- y no edulcora la realidad de lo que vemos; pero a lo mejor con un poquito de más pausa queda mucho mejor. Este punto de contraste siempre es interesante, pero la verdad es que desde los inicios de la televisión taurina los dos que de verdad han acertado fueron en la etapa inicial Roberto Domínguez y años más tarde Emilio Muñoz. En cualquier caso, Capea ha estado muy por encima de los toreros en activo que ahora también actúan al otro lado de las cámaras dentro de su pluriempleo o de su promoción. Y para ser su debut en un trabajo desconocido hasta ahora, Capea alcanza por lo menos de notable.
En suma, experiencia muy positiva en su conjunto. Perfectible, como todo. Pero muy por encima de lo esperable, cuando habían pasado seis largos años desde las última vez que las cámaras entraban en una plaza. Reflejar en vivo lo que es el Arte del Toreo tiene su aquel; no se trata de una retrasmisión fácil ni al alcance de cualquiera, sino que exige su experiencia. Seguro que la siguiente, que deberá haberla, saldrá aún mejor. Todo necesita un rodaje. Pero el comienzo ha sido de enhorabuena.

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