Castellón de la Plana, 11 mar. (COLPISA, Barquerito)
Domingo, 11 de marzo de 2018. Castellón. 6ª y última de la feria de La Magdalena. 7.800 almas. Lleno aparente. Soleado, ráfagas de viento, fresco. Dos horas de función y cuarenta minutos de función. Un minuto de silencio en memoria del niño Gabriel Cruz. Seis toros de Juan Pedro Domecq. Ponce, una oreja y dos orejas. Manzanares, protestas tras un aviso y una oreja. Roca Rey, una oreja y dos orejas.
GALOPARON DE SALIDA casi todos los toros de la corrida de Juan Pedro. Lo hizo con buen aire un primero castaño, acochinado, gacho y escobillado, de nobleza particular. Y con más pies que ninguno el sexto, colorado, muy bien hecho, de llamativa prontitud. Nobleza y codicia, bondad, sacó la corrida toda. Ni un resabio. Mansito el segundo de sorteo, que fue el toro de menos carácter; solo a media altura se empleó el quinto, tan noble como los demás. Tercero y cuarto parecieron clones. Serían del mismo semental.
Pareja, la corrida pareció elegida con pinzas. Mayoría de toros cortos de cuello, con la papadita característica del encaste, cortos de manos y bajos de agujas. De las cuatro corridas de la Magdalena, esta fue la de menos cara. La de menos volumen y peso de las tres de sangre Jandilla o Juan Pedro, pero la mejor hecha de las tres. No habría problemas para enlotar. Fue brillante la idea de abrir los dos toros rubios -primero y sexto- en lotes distintos. Y lógica la de hacer lo mismo con los dos toros gemelos. Corrida de buen juego, predecible, muy de fiar.
Roca Rey se salió hasta el platillo en el saludo del tercero. Lances firmes, De uno de ellos, enganchado, estuvo a punto de salir arrastrado. En el quite por sedicentes chicuelinas, Roca sintió el clamor de la gente. Cambió el signo de la corrida, que vino casi a embalarse a partir de la primera faena del torero limeño, salpicada de grandes golpes -las temeridades del toreo cambiado casadas con el natural enroscado-, abierta en distancias y cumplida con una gavilla de muletazos entre pitones, circulares invertidos en cadena y alguna pinturería: la trinchera, el molinete. Media trasera, un descabello.
Tras él, un cambio de terrenos, a las tablas de sol y sombra, junto a toriles, donde llegó una aparatosa segunda mitad de faena, que tuvo a su vez dos partes, y entre las dos, la que fue tanda, breve, de la tarde, la mejor: una primera parte de toreo vertical compuesto casi a pies juntos, en tandas abiertas con molinete por sistema y regadas por paseos periféricos; y una segunda, ya en continuo, que abrió una tanda de muletazos en cuclillas muy celebrados y llegó a la cima cuando, al calor de los acordes de Nerva y su trompeta, Ponce vino a hincarse de rodillas y a jugar con el toro rendido, que, en corto, pegaba pequeños topetazos. Una traca. La estocada, por el hoyo de las agujas y en la suerte contraria, fue casi fulminante.
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