Ajeno a la lidia del compañero, caminaba Roca Rey por el callejón a la altura de los tendidos de sol, que lo vitoreaban antes de pegar el primer pase. Las masas están con él, y ante semejante evidencia es difícil luchar. Lo hizo pese a todo el gran Juli con dos faenas irreprochables.
La primera, de mano dura al principio, doblándose por bajo para pararle los pies a un toro con raza. Y ya con el de Cuvillo sometido, impecable con la diestra, de toreo mandón y poderoso, muy limpio, y también al natural, en una última serie en la que se impuso definitivamente al toro, que antes, por el izquierdo, se le había vencido y violentado.
Le dieron una oreja que la hubiera cortado igual en Sevilla.
Da lo mismo: para el que quisiera verlo, dio una lección.
Le dieron más fuerte a Talavante, que con dos toros sin ganas estuvo también así, desganado, sobre todo en el quinto de la tarde, unos minutos antes de que Roca Rey, una fuerza de la naturaleza, le cortara el rabo al castaño que cerró plaza, de una nobleza extraordinaria.
Y más que comiéndoselo, lo está devorando, porque con el capote cada vez torea mejor, cargando la suerte y ganado terreno.
Y porque con la espada es de una seguridad demoledora.
Ya le había cortado las orejas al tercero, jabonero, muy pequeño, bravísimo, con el que practicó suertes sorpresivas, una especie del más difícil todavía circense aplicado a los toros.
El lío también fue muy gordo, no movió un dedo en toda la tarde, mantuvo la cabeza fría y el corazón a revientacalderas, y todo el sol, y luego la sombra, se rindió al nuevo fenómeno.
Además, hubo un natural cumbre.
Por favor, detengan a ese hombre.
Por Álvaro Acevedo http://www.cuadernostm.com
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