Ha sido por sí misma forma una página grandiosa para los anales de la Tauromaquia, de esas que el paso del tempo no borrarán. La protagonizó Diego Urdiales con el buen 6º toro de Alcurrucen, lidiado este sábado en Bilbao. Un verdadero monumento a la naturalidad y a la armonía, que nacen de una pasión arrebatadora, como siempre ha sido cuando el toreo busca los linderos de lo eterno. No necesitó de nada que no fuera el temple, el mando y la buena colocación; resultarían extraños a semejante obra cualquier genero de alardes y de guiños. Solo y nada más que la verdad auténtica. Qué gran privilegio haber sido espectador de algo tan importante.
Y luego, qué señoría humano. Que eso también hay que decirlo. Lo tienen parado las empresas, que la de este sábado era la tercera vez que se vestía de luces en la temporada. Pues ni un reproche, ni un mal gesto, ni siquiera un comentario de pasada; al contrario, confesaba que este reposo obligado le ha venido bien para asolerar más su toreo.
“Gaiterito”, de la afamada reata de los músicos que administran los Lozano, no tuvo una salida brillante; incluso, hacía abrigar algunas dudas. Un gran puyazo de Manuel José Bernal fue el inicio del cambio, que luego se acrecentó con esa forma tan estética y tan airosa con la que Urdiales se salió hacia los medios, andándole pausadamente, ahora una trincherilla, ahora uno por bajo… Tan sólo eso ya hizo estallar a los tendidos. Detrás vino el monumento a lo que debe ser una faena de muleta. Ya fuera sobre la mano derecha, ya sobre la izquierda, todo cincelado muy templadamente, como ralentizando los tiempos para que se pararan. Pura naturalidad, pura armonía. Se perfiló en el tercio, con la suerte bien realizada, ¡que pena!, un pinchazo en buen sitio; pero cuadró de nuevo al de Alcurrucen y ahora sí, entrando muy por derecho, dándole el pecho, un espadazo arriba, del que el animal rodó sin puntilla. La apoteosis.
Después de lo de este sábado, se acrecentará la leyenda de los Lozanos de ser siempre salvadores de una tarde de toros. Y en efecto, así ocurrió en Bilbao. Sobre todo con el ya cantado “Gaiterito”, que bien podría ser el toro de la feria; pero también con el 3º, “Tonadillo” de nombre. Entre el resto hubo de todo; desde dos toros --los que abrieron el festejo-- que se apagaron con demasiadas urgencias, hasta el complicado y difícil sobrero. Y en medio, un muy manejable 4º. Y por si faltara un perejil en este guiso, dos toros que volvieron a los corrales: uno, por partirse un pitón; el primer sobrero por manifiesta debilidad. Todos ellos bien presentados y lustrosos.
Si se narra siguiendo un criterio de importancia, mucha tuvo la lidia que el “El Juli” le dio al difícil sobrero, de espectacular estampa. Con un toro con tantos gatos en la tripa, que quería echarle mano en cuanto se descuidara, el madrileño no se limitó a prepararlo para la muerte: se empeñó en dominarlo y en meterlo en los engaños, zafándose de los gañafones que iban y venían. La tarea no podía ser brillante al modo convencional, pero tuvo mucho mérito y una gran emoción. Tanto que los tendidos vibraron y si el torero acierto con los aceros habría paseado una merecida oreja.
También Enrique Ponce tuvo sus momentos elegantes, profundos también, con el 4º, al que toreó más allá que con la simple estética. Hubo series sobre ambos manos de verdadero mérito. Sin embargo, al final falló a espadas y todo se redujo a una cariñosa ovación.
Tanto Ponce como “El Juli” no tuvieron otras opción que cumplir aseadamente en la lidia de sus primeros turnos.

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