Por Santi Ortiz
Fíjense en la foto. Un torero –Morante de la Puebla– acaba de ser cogido por el toro. Todavía no ha tenido tiempo de dar con sus huesos en la arena y ya otro torero –David Fandila, El Fandi–, ese día un espectador más, está saltando la barrera para ir en ayuda del compañero en peligro.
Solidaridad, compañerismo, generosidad, son algunos de los valores que se han puesto en juego en ese acto vital de saltar al ruedo en busca del riesgo con la única intención de salvar a un hombre, un compañero de profesión, a merced de un toro; un toro que le ha quitado los pies del suelo y que, por ello, como me decía en una ocasión Domingo Dominguín, nadie sabe lo que puede ocurrir a continuación. Porque, aunque no se vea, por ahí revolotea la muerte.
Delante de esta foto quisiera yo ver a cuantos sostienen que el toreo es perjudicial para quienes lo ven o lo practican porque sólo induce en ellos brutalidad y violencia. Que lo vean con sus ojos y luego que expliquen, sin salirse de su manido discurso, el comportamiento valiente de El Fandi buscando hacerle el quite al diestro de la Puebla. A ver cómo se las arreglan.
Cuando estamos en una sociedad que, generalmente, mira para otro lado cada vez que alguien próximo necesita ayuda o a lo más que se atreve es a grabarlo con el móvil, aunque la víctima se esté quemando viva, actos desinteresados como este de El Fandi constituyen una auténtica lección de humanidad y hombría (con perdón). Una lección exponente de los valores que
transmite el toreo; una disciplina si se quiere extraña, única, inclasificable, mágica, controvertida, amada por unos y odiada por otros, pero que aporta una serie de enseñanzas morales –valentía, respeto, abnegación, espíritu de sacrificio, honorabilidad, etc.– que ya las quisiéramos para el grueso de la sociedad. Y sobre todo una que, a mi juicio, es compendio de todas las demás: la capacidad de mirar cara a cara a la vida, por torcidas que vengan las cosas.
Son valores que no sólo sirven al torero, sino que, al tiempo, te están formando como hombre y se convierten en un bien inestimable para lidiar fuera de la plaza con el toro de la vida, en ocasiones, no menos temible que el que sale por la puerta de chiqueros.
Como afirmaba el filósofo Víctor Gómez Pin, el toreo es una escuela de vida; una escuela fructífera y rica en enseñanzas, de las que hemos aprendido todos los que hemos tenido el privilegio de vestirnos de torero y salir a una plaza a jugarte los sueños ante esa amalgama de amigo y enemigo que el toro representa.
Quede aquí el acto de El Fandi como ejemplo de esto que digo y como refutación de la ignorancia que demoniza al torero con atributos que no le corresponden, por mucho que el colofón de su obra sea matar, frente a frente, a una mole de media tonelada armado con sólo un estoque y un trozo de tela
1 comentario:
Una lección preciosa, gracias por compartirla.
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