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viernes, 20 de septiembre de 2024

El milagro taurino de Francia

 

"La defensa de la diversidad y las minorías culturales juega a favor de los toros"

Zabala de la Serna

"Nos passions, notre indentité: liberté pour nos traditions". Esa leyenda colgada de una considerable pancarta en un anfiteatro del Coliseo romano de Nîmes resumía el espíritu rebelde del Sur de Francia, un 20% del territorio forjado, y blindado, de espaldas al resto del país. El circo nimeño, puesto en pie, escuchaba en la ventosa mañana del sábado La Marsellesa, bajo el sol vertical del mediodía y el Mistral desatado que azotaba tendidos, capotes y muletas. Celebraban la corrida de la tauromaquia francesa como un acto de reafirmación.

 Sebastián Castella encabezaba el cartel como figura mundial, la más importante de su historia, heredero del llorado Nimeño II que despertó el sentimiento nacional del orgullo taurómaco en los 80. Una rejoneadora también francesa, Lea Vicens, otro matador del país, Clemente (de Toulouse), y una ganadería gala como la de Robert Margé proclamaban la edad adulta. Su afición vive el toreo como una experiencia intelectual que se expande por todos los rincones de cada ciudad consagrada al toro.


Francia -por decirlo con un absoluto irreal respecto a la fiesta brava- es un maravilloso milagro taurino, la trinchera de los toros cavada en su franja sur, frente a Europa y, a veces, frente a la propia España. Su geografía la configuran dos zonas definidas: el Sudoeste, con sus las plazas capitales de Bayona, Dax y Mont-de-Marsan, gestionadas directamente por sus propios ayuntamientos. 

De izquierdas o derechas, es indiferente. A ellas se suman una retahíla localidades: Aire-sur-lÀdour, Eauze, Floirac, Garlin, Hagetmau, Magescq, Mugron, Orthez, Parentis, Roquefort, Saint-Perdón, Saint-Vincent-de-Tyrosse, Seustonns, Vic-Fezénsac, Saint-Sever, Villeneuve-de-Marsans, Amou, Brocas-les-Forges, Lit-ex-Mixe, Pomarez, Pontonx, Samadet y Vieux-Boucau. 

Al otro lado del río Garona nace la región del Sudeste, con otras tres capitales referenciales: Nîmes, Arlés y Béziers. Juntas encabezan una nueva legión de lugares taurinos: Ales, Beaucaire, Céret, Collioure, Fréjus, Le-Grau-du-Roi, Istres, Lunel y Méjanes. Reina la libertad, la protección de la diversidad cultural, la minoría taurómaca, en territorio del Sur de un país en el que la fiesta brava está prohibida en un 80% de su territorio: 55 municipios frente a los 35.000 existentes. El cuento de Asterix.

Fue aquí, precisamente en Nîmes, donde se trenzaron los caminos de Pablo Picasso, Luis Miguel Dominguín y Jean Cocteau: «Picasso y yo» -escribe Cocteau- «compartimos codo con codo suficientes corridas, graves y placenteras como para que su nombre encuentre con naturalidad su sitio junto a los de Manolete y Lorca». Sucedió en torno a la década de los años 50 de la anterior centuria y coincidió este cruce de caminos, más o menos, con la aprobación (1951) en la Asamblea Nacional de una enmienda de ley que creaba una excepción cultural en beneficio de las corridas «allá donde una tradición local ininterrumpida puede ser invocada»


Los animalistas habían intentado hasta entonces infructuosamente que la Ley Grammont de 1850 -promulgada en París contra el maltrato animal pero pensada para los caballos que tiraban de carros en la capital- se expandiese sobre la fiesta, ya vigente como culto al misterio del toro allí donde se había implantado la corrida «a la española». O sea, en el Sur, que también cultivaba sus tauromaquias regionales a través de las corrida landesa y camarguesa

Francis Wolff (Ivry-sur-Seine, 1950), especialista socrático y profesor emérito de la Universidad de París, halló en Nîmes uno de los dos motores pasionales -el otro es la música- de su vida, plagada de racionalidad: los toros. Wolff hace una inmersión en el pasado reciente de la consolidación y vigencia de la tauromaquia en Francia, fijando la piedra angular del fértil territorio francés para la fiesta brava en la revolución de los años 70, cuando se fraguó la independencia taurina de España: «En los años 70, surgió el movimiento libertario, post-68, de toreros franceses, del que surgió el primer torero francés reconocido internacionalmente (en México y España) y en el que se reconocieron a su vez los mismos aficionados franceses: Christian Montcouquiol, Nimeño II, que se convirtió en un icono

Luego, vino el irresistible auge de la plaza de Nîmes en los años 80, gracias a los esfuerzos combinados de tres hombres: un alcalde ambicioso, Jean Bousquet, un joven e imaginativo empresario, Simón Casas, y un torero genial, Paco Ojeda, que hizo de Nîmes su secreta novia francesa. Es difícil imaginar el terremoto que supusieron para el público francés, a partir de 1983, las conmovedoras faenas de Ojeda en el anfiteatro romano. Tanto es así que, a finales de los 90, Nîmes se había convertido en el place to be, el lugar al que tenían que acudir todos los snobs del show-business, la música y el cine para exhibirse, en mayo, entre el Festival de Cannes y el tenis en Roland Garros».


Ese orgullo patrio convirtió la admiración por el misterio de la hispanidad que es el toreo en algo propio. Hubo una eclosión extraordinaria, un formidable terremoto en un país en el que, contrariamente a lo que se piensa, las corridas siguen prohibidas en un 80% de su territorio. Y, precisamente, de ahí emana su grandeza, del respeto hacia las las minorías culturales a través de un régimen de excepcionalidad vigente desde los años 50 del siglo pasado. «Las diferentes victorias de la afición francesa demuestran que la tauromaquia se defiende mucho mejor cuando es minoritaria que cuando pretende ser mayoritaria. El argumento que finalmente convenció a muchos diputados dubitativos, o incluso francamente hostiles, fue el respeto a la diversidad cultural, que ahora se reconoce como un derecho universal. Pues no hay que confundir universalidad con uniformidad. La defensa de las culturas minoritarias es un tema movilizador en nuestro tiempo, ya sea a favor de las minorías raciales, sexuales o sociales. Es probable que movilice a algunos jóvenes más que la defensa ciega de las tradiciones nacionales. La tauromaquia forma parte de una cultura particular que hay que defender como tal, aunque también encarne valores universales: abnegación, heroísmo, desafío, rendimiento físico, superación, etcétera», concluye el pensador francés.


Esas victorias referidas por Wolff insinúan batallas ganadas, ataques frontales, estrategias sesgadas de los animalistas ferozmente organizados, sobradamente financiados. 

Nada se hubiera logrado sin el nacimiento del Observatorio Nacional para las Culturas Taurinas en Francia (ONCT), un supra ente por encima de la Unión de Villas Taurinas Francesas (UVTF) que aglutina 50 ciudades

André Viard, presidente del Observatorio desde hace 17 años, entendió ya entonces la necesidad vital para la fiesta del futuro: «El ONCT fue concebido y sigue siendo el escudo de nuestra cultura a través de muchas investigaciones jurídicas, de muchos juicios contra los anti taurinos (todos ganados), de la inscripción de la tauromaquia en el Patrimonio Cultural Inmaterial (2011), de la sentencia fundamental del Consejo Constitucional que considera que la tauromaquia no atenta a ningún derecho constitucional (2012)».

Al armazón de la defensa de tauromaquia le faltaba financiación. Para sostenerlo se puso en marcha un sistema absolutamente envidiable desde España: «Todo esto es posible gracias a las contribuciones aportadas por los organizadores (0,50 euros por entrada vendida), por los toreros y los ganaderos (1% de sus honorarios o contratos) y, obviamente, por las cuotas pagadas por las villas de la UVTF que se multiplicaron por cinco en 2015 para poder crear un equipo operativo».

Una nueva generación de alcaldes -de izquierda y derecha, pues la transversalidad política forma parte de la riqueza y la fuerza de la fiesta en Francia- tomaron conciencia de la importancia de contar con un Observatorio fuerte, a modo de empalizada frente a los ataques que cada cierto tiempo bajan desde París, principalmente argüidos por la izquierda radical de la Francia Insumisa. «A este respecto, cabe señalar que mientras en Francia los ataques a la tauromaquia proceden principalmente de la extrema izquierda como Mélenchon, y de la izquierda ecologista, la defensa de la tauromaquia es, y sigue siendo, transpartidaria. Durante la última campaña de las elecciones presidenciales, el único candidato que se declaró abiertamente a favor de la tauromaquia -así como de la buena carne y el buen vino- fue Fabien Roussel, el candidato comunista, en nombre de los valores de la cultura popular. Algo impensable en España», vuelve a la carga Francis Wolff.



A este respecto, Simón Casas, el inventor de Nîmes, su gran creación, reflexionaba en este sábado pasado de la corrida homenaje a la Tauromaquia de Francia, en el mismo coliseo romano que vieron los juegos del hambre, el fuego de la historia y a José Tomás: «El radicalismo de izquierdas metió el frentismo contra los toros en el paquete por puro electoralismo, porque se nutre de las minorías, el animalismo, el sexismo, el islamismo. Carecen de un planteamiento intelectual con referencias de peso. Los mismo que señalan a la tauromaquia por su crueldad son incapaces de reconocer a Hamás como un partido terrorista»

¿Sucede igual en España? «Hablamos de un arte, y el arte no es ni de izquierdas ni de derechas. Cierto es que ahora en España la derecha también recupera el patrimonio de la tauromaquia, pero es una reacción en contra la radicalización de la izquierda. Y ahí está el ministro de Cultura Urtasun haciendo el ridículo».

El respeto a ojos de los políticos del Sur también se sustenta en la fuerza económica de la tauromaquia. Jean Baptiste Jalabert (Juan Bautista), empresario de la plaza de Arlés, y apoderado de Daniel Luque, el gallo español de Francia, el héroe de este fin de semana en Nimes, lo explica pronto y en la mano: «Los alcaldes, los jefes de departamento o de región son conscientes del turismo que mueven los toros, de los hoteles y restaurantes llenos, de las calles desbordadas, de la riqueza del turismo taurino». El mercado de Francia ronda los 100 festejos anuales por temporada.



El humanista Francois Zumbiehl acude al practicismo como eje argumental: «Mélenchon no podrá gobernar si deja la alianza con la izquierda moderada, que no quiere meterse en contra de los toros, ya que muchos diputados y alcaldes taurinos de esta corriente son aficionados».

Wolff considera que tanto los ataques de la izquierda como la defensa de la derecha se apoyan en razones equivocadas: «Las razones de la izquierda son equivocadas, porque no hay ninguna relación entre la justicia social, la defensa de las minorías, la lucha contra todas las formas de exclusión, que se supone que son los valores de la izquierda, y la abolición de la tauromaquia. Pero cuando digo que las defensas de la derecha son a menudo tan malas como los ataques de la izquierda es porque confunden la defensa de la tradición con la preservación de las culturas. No hay que defender la tauromaquia porque sea tradicional (en Francia, regionalmente, en España, nacionalmente), sino donde es tradicional. Pues, como repiten con razón los abolicionistas progresistas, todos los avances morales de la humanidad se han hecho contra la tradición: el suicidio de las viudas en la India, los pies atados en China, la mutilación sexual de las niñas, etcétera».



A la defensa de la tauromaquia contribuye una juventud que plantó cara al periodista Aymeric Caron, portavoz en el enésimo, que no último, intento abolicionista de la corrida. La asociación Touche Pas Mes Passions (No toques mis aficiones) nació cuando se trató de prohibir el acceso a las corridas a los menores de 16 años. Hoy agrupa a 13.000 jóvenes en redes sociales. Su líder, Raphael Ladet, subraya la importancia del rejuvenecimiento del público de los toros. «Del Sudoeste al Sudeste, se está notando. Hay algo que ha cambiado desde 2020. Se ha producido una reacción y hoy los tendidos [señala con los ojos a los anfiteatros del Coliseo de Nimes] se pueblan de juventud». Ellos son el futuro de este milagro taurino que es Francia, su franja sur, donde la protección de la la diversidad y las minorías culturales son tan sagradas como el toro.


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