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miércoles, 25 de septiembre de 2024

Tardes de soledad

 


Albert Serra nos propone un documental taurino, que en verdad no lo es. Llamémosla película táurica. 

La idea es acercarse, en su sentido más literal, a las claves por fuerzas misteriosas que ordenan un arte que también es barbarie; un ejercicio de crueldad que en la misma medida lo es de belleza; un rito rural antiguo que, por su naturaleza, hace chirriar los goznes de la modernidad urbana. Se trata de algo por definición incomprensible que existe solo para dar sentido al verbo dudar.

Dice el director que los toros le interesan por ser un arte no burgués. Y precisa: "En el ruedo, el maestro pone su vida en juego. En un momento de la película, alguien grita, "¡La vida no vale nada!", y lo que quiere decir con ello es que es importante usarla para conseguir algo, derrocharla si hace falta en pos de algo que merezca el sacrificio, y de eso van los toros. Utilizar la vida simplemente para conservarla sí es burgués". También afirma que lejos de él la intención de provocar nada ni a nadie. Y se explica: "Como me gusta recordar que dijo Michel Houellebecq, un provocador es alguien que interpreta la realidad en favor de sí mismo, que quiere sacar provecho de lo que dice. Yo no soy así. Mis películas son producto de razones mucho más complejas que ésa y tienen siempre una justificación formal. Me da igual tener más o menos éxito o ser mejor o peor recibido. De lo contrario no asumiría los riesgos que asumo".


Albert Serra ofrece desnuda y en crudo una película de dos horas. En el centro, el matador Andrés Roca Rey es entregado en sacrificio. El teleobjetivo de la cámara acompaña al matador de toros nacido en Perú por diferentes corridas. No se precisa dónde ni cuándo. Se le ve antes en el tiempo de vestirse y de escuchar en silencio las conversaciones de los otros. Se le ve después en el momento del sudor, de los golpes no curados y de las cogidas que no llegaron a ser convertidas ahora en herida abierta en la memoria. Y en el miedo. Y, sobre todo, se le ve durante sobre la arena a la vez completamente desnudo y arropado por oleadas de sudor, erupciones de sangre, volcanes de adrenalina y vendavales surgidos de los pulmones de los toros. Jamás se vio tan cerca, nunca antes se vio tan adentro. Y, no menor, jamás se escuchó tan claro: desde los resoplidos de los astados al monocorde ritual de halagos de los subalternos. Todo queda a la vista y al oído en su perfecto enigma. Hasta la propia muerte.

"Quiero creer", dice, "que la película muestra cómo la vida abandona al animal. Hay una cosa que la gente no entiende. El toro no es consciente de la muerte. Él no sabe que se va a morir, ni qué es la muerte. Es el ciclo vital. También hay animales que se matan los unos a los otros en la naturaleza no por motivos alimenticios, sino por agresividad. Si digo que hay algo bello en eso la gente me tachará de majara, pero es algo poético".


Teóricamente, todo se presenta con una objetividad congelada cerca del hielo. Cada uno elige quedarse con la repulsa o con la fascinación. O con las dos cosas, que es mucho más interesante. Sin embargo, a medida que avanza la película los perfiles de las ideas firmes y evidentes se desdibujan. Tardes de soledad apela con la misma fuerza y convicción a la prosa y a la poesía, a la razón y al mito, al miedo y a la entrega. No se trata de una película para la discusión, aunque la habrá, sino para la introspección callada, para la reflexión alerta y siempre sorprendida.

-¿Qué piensa de la presión, digamos social, para acabar con los toros?

-A mí me gustaría que la tauromaquia persistiera, que no se prohíba. Pero bueno, la sociedad está cambiando, ahora está de moda ser vegano. Por cierto, si se trata de proteger a los animales, ¿por qué no nos obligan por ley a todos a ser veganos? Quizá sería lo coherente. ¿Por qué no aprueba el Gobierno una ley al respecto? Ser vegano es muy sano. Lo de la prohibición del toreo es un asunto político, y a mí la política no me interesa. Yo creo que la película demuestra que el toreo no es una broma, ni un entretenimiento. Es algo trascendente. Es poético. ¿Es bueno que exista? ¿Es bueno que no lo haga? Que cada cual opine lo que quiera.

Tardes de soledad tiene mucho de milagro y consigue ser lo que probablemente pretendía: la película que nadie quiere ver. A los taurinos les entrega un documento para la grandeza de su oficio, pero también para su vergüenza. Y a los otros, a los animalistas o solo escépticos, les ofrece la posibilidad (por supuesto, siempre rechazada) de dudarse por dentro, de descubrirse, llegado el caso, desamparados en cada una de sus certezas. Y, por ello, no hay forma de colocar en ninguna estantería una película monumental, preciosa, precisa, brutal, desconsolada, trágica, bella y, desde cualquier punto de vista, única. Nadie la quiere ver y hay que verla para creerla.

Decía Joaquín Vidal: "El torero se doblaba con el toro, cimbreaba la cintura en la pincelada exquisita del derechazo, embarcaba al natural con caricia de terciopelo. Y el ayudado. Y el pase de pecho en amalgama de hondura y arte. Y la serenidad de aguantar un parón con los pitones a centímetros de los muslos. Y el rodillazo en tierra para enroscar al toro en seguimiento del engaño. Y la muleta en la izquierda otra vez para el natural hondo. Y el trincherazo de nuevo. Y el quiquiriquí. Y el pase de la Firma. Y el flamear escarlata en el cambio de mano. Y volvía el toro al engaño, prendido en sus vuelos. Armonía, cadencia, embrujo".

Armonía, cadencia, embrujo. El misterio del tiempo, el misterio de Roca Rey, el misterio del propio misterio.

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