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lunes, 13 de octubre de 2025

La Puerta Grande más triste del mundo

 


El toreo se ha quedado huérfano. Caía la noche a plomo, con toda su oscuridad a cuestas, sobre la última Puerta Grande de Morante de la Puebla. 

Que entonaba un adiós con la mano sobre una muchedumbre, en una vuelta al ruedo crepuscular, tras haberse cortado la coleta en acto inesperado. Le quitaban muestras del vestido de torear sobre la procesión como quien arranca reliquias. Apenas sin poder avanzar, no sin angustia. Gritos de «¡José Antonio Morante de la Puebla!» camino de la calle de Alcalá, alumbrado el túnel de la arcada de los triunfos por las luces de los móviles. Curiosamente, en paralelo, otras gentes mecían a hombros por la puerta de cuadrillas a Fernando Robleño, que era la despedida anunciada. Una tristeza inmensa flotaba sobre el ruedo.

Morante se había cortado la coleta a las 19.37 de la tarde. De improviso, tras pasear la vuelta al ruedo con las dos orejas del cuarto toro, que lo había cogido de salida. En un ejercicio de superación absoluta, del más valiente de los artistas, del más artista de los valientes. La plaza de Madrid, que se había llenado a su reclamo mañana y tarde, se quedó muda. Y empezó a aplaudir mientras él mismo se desatornillaba la castañeta entre lágrimas.

 La emoción del momento dejó a todos en shock. No había vuelta atrás. Algunos le habían protestado la gloria. Ya ves. Después de esa estocada perfecta. Y de haber toreado como nadie por la mano derecha. Pero no es esa la cosa ahora. Es el adiós inesperado del Dios del toreo. La Puerta Grande esperaba abierta. Se va un mito viviente, leyenda viva.

La tragedia revoloteó Las Ventas en el minuto 13 de las siete de la tarde. Morante se ceñía por chicuelinas inverosímiles, después de la tijerilla gallista de rodillas, desbocado de ímpetu y confianza, con el toro de salida. Lo cogió de lleno con la violencia de un atropello. La voltereta fue de latiguillo, terriblemente dura. Tanto, que el maestro quedó tendido en el ruedo, inerte. Lo levantaron las cuadrillas haciendo con sus manos camilla. Grogui, mareado, entre barreras le asistían. Volvió a la cara del toro, recompuesto pero no entero, mermado. Y aun así hizo el toreo. Inigualable el empaque, la reunión, el arte. Sólo por una mano, la derecha, que era la única que se daba el toro. Memorable otra vez. MdlP ha sido este fin de semana la generosidad con mayúsculas, la entrega infinita, y esa generosidad debía de algún modo ser correspondida.

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