A tarde vencida apareció Barberillo. Negro, estrecho de sienes, otra joya de hechuras para cerrar la entipada corrida de Alcurrucén. Otro para el impresionante palmarés de esta ganadería en Madrid. Ginés Marín lo bordó.
Cosió la alegría del toro humillado en su izquierda.
Así, de pronto.
Barberillo la expresión de Ginés, el embroque, la muñeca, la cintura conjugada. Un empaque precoz. Ligado el toreo en la honda embestida. Ese mismo aire de inspiración también soplaba en redondo. El aliento del Espíritu Santo.
Inmensos los pases de pecho. Y la torería en los adornos.
En el cambio de mano que se reproducía como un eco gigantesco.
Y en el molinete zurdo de mimbres trianeros.
Madrid enronquecía. Gargantas de arena.
La faena exacta. El toro de su vida. El sueño en ebullición.
En los remates cuando pedía tablas Barberillo. Cuando todavía lo hacía con el punto de planeo que había cuajado Ginés Marín. Inapelable la estocada.
El cañonazo a la Puerta Grande.
La rendición de Las Ventas.
La procesión se desbordó con incontenida locura.
Hay torero.
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