David de Miranda, confirmación soñada con Puerta Grande |
Por Santi Ortiz.
Larga ha sido la siembra, los sacrificios, la incertidumbre, y las fatigas.
Mucha meditación, mucha autodisciplina, mucha paciencia.
Ver pasar los días, las semanas, los años, tiempo siempre mudable en el que lo único que persistía en su constancia era la meta, el sueño, la ilusión de ascender, peldaño a peldaño, por una escalera muy particular llamada Toreo.
El afán, primero, de ponerse delante de las reses; luego, de vestirse de luces; más tarde, de torear con caballos; posteriormente, de tomar la alternativa y, llegado al presente, de confirmarla en Madrid.
En este apretado resumen, se esconden la sangrederramada, el dolor, la duda, el desprecio, la incomprensión y un año entero prisionero del terrible miedo a quedar inválido para la profesión. También se ocultan en él la inquebrantable fe del torero y de los jardineros que la hacían florecer con su esperanza, sus consejos, sus regañinas cuando las cosas no estaban donde debían y su orgullo cuando lo veían crecer en sus conquistas...
Jardineros de anhelos, como Jorge Buendía, su apoderado de toda la vida; como Manolo Contreras, su banderillero y profeta, como Pedro Muriel, su tercero de siempre, y como toda esa gente de Trigueros, su pueblo, que lo ha venido arropando desde que escribiera sus primeros palotesen tan difícil profesión.
Y salieron los carteles de San Isidro 2019
Y como una promesa, también como un reto, para el viernes, 24 de mayo, en el undécimo festejo de la feria, tras El Juli y Ureña, se anunciaba el nombre de David de Miranda.
La soñada confirmación ya tenía fecha y protagonistas.
En los chiqueros, una corrida cinqueña de Juan Pedro Domecq.
Y arremolinando despiadadamente el aire, el antitaurino más constante y antiguo que conozco: el viento.La tarde, en blanco y oro, seabría ante él como un augurio, como una oferta, como un desafío.
En sus cartas tiritaba un horizonte de incierto futuro, salpicado de luces y sombras, que había que despejar.
El castaño de la ceremonia tuvo la nobleza suficiente para respetar la quietud del torero, pero demasiada poca gasolina en su depósito de casta como para perseguir la muleta más allá de su cadera.
Un toro desfondado y un viento desatado son malos compañeros para un viaje al triunfo; por eso esta vez no llegó, aunque brillaran en la tarde un ramilletede saltilleras a capote escondido y una firmeza de plantas que comenzó a grabar en los espectadoresla sensación de encontrarse ante un diestro con valor auténtico; sensación que aumentó su certeza cuando entró en quites en el quinto de lasuelta para ligar sin enmendarse cuatro tafalleras en un palmo de terreno, rematadas, desde el capote a la espalda, con una serena revolera.
La corrida guardaba aún en la recámara su último cartucho: una montaña con cuernos de más de seiscientos kilos, fuerte, poderosa, imponente en su manera de arrancarse como un alud al señuelo que le mostraban los banderilleros.
Como si estuviera rozándose con toros así a diario, David de Miranda lo recibió con un par de tijerillas que pusieron a cavilar al cónclave.
Después el viento impediría la continuación, mas no que, tras hacer el burel una estimable pelea en varas, el toricantano pusiera el alma en vilo a la plaza con el escalofrío de tres chicuelinas de ajuste infinito.
Y llegó la hora del último tercio, del último asidero de los sueños.
Y desde el mismo platillo del ruedo citó a “Despreciado” que se le vino como un vendaval para que un hombre hecho estatua lo cambiara por la espalda arrancando el primer ole fuerte del tendido.
Decir toro bravo es decir toro exigente, toro para poderle, para dominarlo, para hacer valer la voluntad torera al torbellino de la casta.
Con viento y sin viento. Y eso es lo que hizo el confirmado ligando las tandas con la mano muy baja, el valor muy alto y una convicción y una fe en sí mismo fruto de la larga siembra amasada por encimade todas las dificultades.
Por el pitón izquierdo, de cuando en vez el toro probaba, hacía un amago de quedarse en la barriga del torero; pero éste había ya elegido el camino y nada ni nadie, parones incluidos, iban a desviarlo de él.
Y con viento y sin viento fueron floreciendo despaciosos, serenos, los naturales, y los de pecho.
Y David de Miranda, David de Trigueros, comenzó a ser David de Las Ventas, David de Madrid, incluso David del Orbe taurino, gracias a la televisión.
Dos veces se levantó la plaza y muchísimas más la emoción en el corazón de los espectadores.
Dos veces se levantó la plaza y muchísimas más la emoción en el corazón de los espectadores.
Para guinda, ya provisto del estoque de acero, llegó el estremecimiento de las bernadinas milimétricas. La gente loca, y el torero cuerdo, centrado, seguro de sí.
Ya sólo quedaba matarlo.
En la hoja de su estoque tenía David las llaves del futuro, y a por ellas se fue como una vela para enterrar en todo lo alto el acero que le daba el salvoconducto de las dos orejas y, como consecuencia, de abrir de par en par la puerta grande de Las Ventas, donde un gentío enfervorizado lo desencuadernaba a jalones y vítores.
La meta soñada se había conseguido. ¡Enhorabuena, torero!
El fruto ya está aquí. Ahora... ¡comienza la cosecha!!!
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