FERIA DE SEVILLA.
Llegaron los victorinos con su leyenda a cuestas y se
encontraron con un torero de cuerpo entero llamado Emilio de Justo para
poner el toreo en su sitio y en el maco de la Maestranza. Una corrida
para medir a cada uno, desde el toro con mirada tenebrosa y el toro de
embestida humillada y temple infinito, como el cuarto. Tal exigencia
encontró la horma perfecta en la muleta de De Justo.
Un torero que
estaba arrinconado, prácticamente olvidado ha ido sacando la cabeza del
agujero hasta poner hoy en pié a Sevilla. Su faena al tercero, que
humillaba pero media con intenciones brutales, pedía dos cosas: valor de
acero y temple de seda. Y eso lo encontró en Emilio de Justo: los
naturales de pasmo y los redondos inmensos. El toreo con la mano
izquierda fue una sinfonía. Con las dos orejas casi en el bote la espada
bajó del cielo a la tierra tan grandísima faena.
En el sexto se
inventó una faena a base de cabeza, dejando la muleta retrasada para
vaciar en el tramo final de la embestida y así cuajar unas naturales
casi imposibles. Faena maciza otra vez la espada dejó al torero sin una
trofeo legítima. Vamos, que la espada le cerró la Puerta del Príncipe.
¡Casi nada!
Ferrera templó a su primero y dejó enormes
distancias en el toreo sobre la derecha. En el cuarto, un Victorino
enorme, de trapío y calidad, vimos la versión del Ferrera de trallazo.
Pero como aquello fue una labor a destajo y mató en el rincón de la
muerte cortó una oreja barata.
Escribano mareó a su lote, que para colmo embistió lo que quiso, y dejó pésimas sensaciones de su actual momento
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