Por Santi Ortiz
Fotos de Paloma Aguilar - via Mundotoro |
En mi faceta taurina, que
es la que aquí nos ocupa, también.
A ello se debe mi “veto” a la plaza
de Las Ventas, que va camino ya de los treinta años.
Desde la tarde de la
gravísima cornada en el vientre al Niño de la Taurina por un toro de
Alonso Moreno de la Cova, allá por abril de 1990, juré no volver a pisar
más el coso capitalino.
Después, imperativos insoslayables me obligaron
a acudir en cuatro ocasiones: tres –dos en el callejón y una en el
tendido– acompañando a nuestro torero paisano Francisco Barroso, y la
cuarta, el día que presenté en ella mi libro Juan Belmonte. A un siglo
de su alternativa.
El pasado sábado, viendo por televisión
la corrida de San Isidro, volví a ratificarme en lo acertado de mi
decisión porque el sector de reventadores del coso venteño me sigue
pareciendo tan insufrible como cuando comencé mi boicot.
El festejo
había empezado bien. Ginés Marín paseaba una merecida oreja del montalvo
que abría plaza y luego saltaba a la arena un notable astado, de nombre
“Enviado”, al que el torilero frustró de ser recibido a portagayola por
su matador, ya que al hombre le dio por abrir el chiquero antes de lo
debido.
Fue sólo una anécdota, pues a renglón seguido Luis David ganó
terreno y puntos al lancear muy bien a la verónica; el toro hizo una
excelente pelea en el caballo, a cuya segunda vara siguió un
templadísimo quite a la verónica de Aguado y la lucida réplica por
zapopinas o lopesinas –como ustedes quieran– por parte del segundo de
los Adame.
El público en general no cabía en sí de gozo y se barruntaba
lo que podría ser una tarde memorable. Pero, tengo observado que en Las
Ventas hay un sector dogmático, intransigente, que parece enfadarse
cuando todo va sobre ruedas. Lo suyo es protestar, incordiar a los
toreros y al resto de la plaza y tratar de imponer su toreo surrealista e
imposible.
En cuanto Luis David, tras brindar al respetable, se puso en
pie, después de recibirlo con un ramillete de derechazos de rodillas,
empezaron los del grito y el calibre a molestar al torero recriminándole
su colocación.
Había que torcer la tarde y aguar la fiesta. Pero el
mexicano se lo puso difícil, porque cuando cogió la mano izquierda hubo
dos tandas de naturales templadísimos, enroscados, ligados y resueltos
soberbiamente con un magnífico pase de pecho, que a ver quién los mejora
en la feria. Pero, claro, el toro comenzó a pararse y aquí viene la
estulta contradicción de los “enterados”: si el toro va y viene sin
parar y el torero liga girando el cuerpo sobre la pierna del cite, no
dicen nada; pero si se para entre pase y pase y el torero hace lo mismo
que antes y se queda en el mismo sitio, entonces lo despellejan por que
no está colocado como a ellos les gusta. Eso obliga al torero a cruzarse
en cada muletazo y a tener que hilvanar los pases de uno en uno
renunciando a uno de los pilares del toreo moderno como es la ligazón.
En definitiva: obedeciendo esta absurda imposición, pierde el toreo,
disminuye el lucimiento y sólo ganan aquellos que hacen del arte de
torear un recetario para el que no se admite otra alternativa. Pero,
además son injustos porque su rasero lo aplican según quién es el torero
que está toreando.
Si comparamos la colocación de Luis David con la de
Pablo Aguado ayer, ¿qué ocurre?
¿Acaso el sevillano no se colocó más
fuera de cacho y utilizó más el pico de la muleta que el mexicano?...
Pero, claro, con Aguado ya venían predispuestos a verlo triunfar y,
entonces, era momento de guardar calibres, lupas y demás utensilios
reventadores y “disfrutar” del toreo. Con el otro, no.
Al mexicano
había que darle en la cresta, no sé por qué
razón, hasta el punto
de negarle absurdamente la oreja legítimamente ganada tras torear muy
bien con el capote, realizar una buena faena de muleta y matar de un
estoconazo citando a recibir que dejó al burel listo para las mulas.
¿Qué hay que hacer en Madrid para cortar una oreja?
Si volvemos al
odioso tema de las comparaciones, la oreja que había ganado y que le
birlaron a Luis David era más meritoria que la concedida antes a Ginés,
siendo ésta, como ya he dicho, totalmente merecida.
Lo
cierto es que la tarde se truncó ahí, que ya las cosas no salieron como
el público esperaba y, para alborozo de los sabios de pacotilla, ya no
pudo levantar el vuelo.
¡Enhorabuena a los de la trifulca! Pero pongamos
las cosas en su sitio: ante un toro notable, Luis David Adame estuvo
muy bien de principio a fin; incluso en el colorado quinto, donde
tampoco lo dejaron torear.
Sirvan estas palabras a la quijotesca finalidad de revertir una injusticia: la que se cometióel 18 de mayo en Las Ventas con el torero mexicano.
1 comentario:
Pues si maestro Santi. Ha escrito usted la biblia de lo que es y como esta el toreo, lo injustos y malos aficionaos que son los del sector de desaogados que creen que ha invetado el toreo y como toman, o no partido por un torero lo reventadores estos a los que como usted bien dice si el toro repite 20 veces se tragan los muletazos para afuera, el toreo escondio y la muleta en la cara y haciendo la reolina y si el toro se para se meten con el torero. Aunque solo seamos usted y yo los que creamos esto, no se preocupe, nosotros estamos en lo cierto y los equivocados son los desaogados y malos aficionanos que revientan Madrid cada vez que les viene en gana
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