Por Santi Ortiz.
Son cinco, no seis.
El
jueves, 2 de mayo, El Juli conseguía su quinta salida por la Puerta del
Príncipe tras cortar tres orejas de la corrida de Garcigrande.
Sin embargo,
como estamos en época de desmesuras, obsesionada con batir records, porque todo
nos parece poco, la prensa taurina ha caído en el error de proclamar como sexta
esta última salida a hombros, cuando la sexta –que no dudo podrá llegar un día
u otro– aún está por venir.
La
cosa no deja lugar a dudas. ¿Qué significa “salir por la Puerta del Príncipe”?
Nada más y nada menos que un torero salga de la plaza en hombros de los
aficionados y así atraviese ese pórtico de la gloria que es la puerta grande de
La Maestranza. Si sale, se cuenta.
Si por las causas que sean no sale, no se
puede contar.
Ya puede haber hecho todos los méritos para abrirla, que si no
sale bajo el dintel de la del Príncipe, no puede computarse y punto.
El
Juli salió por primera vez por dicha puerta el 16 de abril de 2010, tras cortar
tres orejas a las reses de El Ventorrillo que le correspondieron.
Al año
siguiente volvió a abrirla, el 29 de abril de 2011.
La tercera ocurrió el Domingo de
Resurrección –31 de marzo– del 2013.
La cuarta tuvo lugar el año pasado, cuando
el 16 de abril de 2018 cortaba dos orejas de su primero y luego indultaba al
garcigrande “Orgullito” y la quinta y última –tan justa como justita– el jueves
pasado ( 2019 ).
¿De dónde sale la sexta?
De un cómputo erróneo, recogido en la página
web de El Juli y del que se han hecho eco los periodistas poco meticulosos, que
incluye en la cuenta la de la tarde del 23 de abril de 1999, en la que el
torero cortó las tres orejas que necesitaba para abrirla.
Pero no la abrió,
porque “Ostrero”, último jandilla de la suelta y al que cortó las dos orejas,
le infirió una cornada que lo hizo abandonar el ruedo por la puerta de la
enfermería.
Ese día salió por ella, no por la otra; luego, no cabe contarla.
Para decir que se ha abierto hay que salir por ella. Yo
he visto a Paco Ojeda de novillero cortar tres orejas en Sevilla y no abrirla,
y a José María Susoni, que fue matador de toros y ahora trabaja para la empresa
Pagés, cortar tres orejas en una novillada y abrir la Puerta del Príncipe y
otro día cortar otras tres y no abrirla. ¿Qué pasa?
Voy a añadir un ejemplo
más: César Girón en 1954 consiguió la hazaña –jamás lograda por torero alguno–
de cortar dos rabos en cuarenta y ocho horas en La Maestranza, y por distintas
causas… ¡no salió nunca por la Puerta del Príncipe!
Dejemos, pues, las cosas en su sitio y hagamos
las cuentas con corrección para no equivocar a la gente.
Y si El Juli ha salido
“únicamente” –pongo las comillas con total intención, pues ese número no ha sido
alcanzado por la inmensa mayoría de los toreros que son o han sido– cinco
tardes por la puerta soñada, no hay que hinchar la cosa añadiendo eventos que
jamás sucedieron.
¡A ver quién corta ahora un rabo en
Sevilla!
Si
después del faenón de Roca Rey a “Encendido”, el último cuvillo de la tarde del
viernes , 3 de mayo, rubricada con la que, para mí, es hasta ahora la estocada
de la Feria, no fue atendida la insistente petición de rabo que
mayoritariamente demandaba el público, díganme quién es el guapo que, a partir
de ahora, es capaz de cortar un rabo en La Maestranza sin caer en el agravio
comparativo.
Yo
he vivido los tres últimos rabos que se han concedido a toreros de a pie en La
Maestranza: el de El Cordobés, en el año 1964; el de Diego Puerta, en el 68, y
el de Ruiz Miguel al miura de 1971.
Ahí se para la cuenta.
Y puedo asegurarles
que ninguna de las tres faenas fue mejor que la de Roca Rey, ni sus estocadas
más contundentes, porque la del diestro peruano logró que el toro saliera
prácticamente muerto de los vuelos de la muleta. ¿Por qué entonces sí y ahora
no?
A veces, creo que el logro o no de tan extraordinario galardón está más en
la personalidad del palco presidencial que en lo excepcional que haya ocurrido
en el ruedo. No se me olvida que don Tomás León sacó los tres pañuelos a la vez
para premiar a El Cordobés, y eso que, en aquella época, a Manuel Benítez lo
esperaban en Sevilla con los pitos afilados y diciendo que un “charlot” como él
no podía triunfar en La Maestranza.
El
día de Roca presidía la corrida don Fernando Fernández-Figueroa y es curioso
señalar que, ante la petición, había en el tendido quien de primera hora
afirmaba que no concedería el rabo.
¿Motivo? Que a dicho presidente le habían
llovido las críticas después de concederle las tres orejas que abrieron a Juan
José Padilla la Puerta del Príncipe aquel sábado de feria de 2016 y no iba a
exponerse a que lo señalaran de nuevo por otorgarle el rabo al torero limeño.
No
sé qué grado de influencia tendría este hecho en la decisión de don Fernando, lo
cierto es que, con su negativa, el listón del rabo en Sevilla se ha puesto a
unos niveles que lo hacen prácticamente imposible de conseguir, porque sin
entrar en los pormenores de la faena, hay que señalar lo redondo y macizo de su
contenido.
No fue la de El Juli del día anterior, que, pese merecer las dos
orejas, tuvo altibajos. Ésta de roca Rey, no. De inicio a fin fue concatenando
tandas que fueron sumando grados al nivel del entusiasmo para acabar, y más de
una vez, levantando a la gente de sus asientos. Faena, pues, de dos orejas
rotundas sin discusión alguna.
Faltaba la suerte suprema, y esa la ejecutó el
peruano tirándose desde muy en corto, haciendo la paradiña habitual para que el
toro descubriera la muerte y, yéndose derecho como una vela, dejar enterrado el
acero hasta los gavilanes en todo el hoyo de las agujas.
Dos, tres capotazos
bastaron para que el toro saliera rodado y patas arriba. Era la guinda
perfecta, el colofón idóneo para que unido a la gran faena el torero se hiciera
merecedor del rabo.
Una obra tan completa y tan bien rematada es dificilísimo
de conseguir, por eso me fastidia la oportunidad perdida de haber dado el justo
premio a una soberbia faena y una extraordinaria estocada.
Habrá
quien objete que con el capote no brilló a igual altura, y es cierto. No
obstante, hay que meter al viento como incómodo invitado, pese a lo cual, no
dudó de irse a los medios, echarse el capote a la espalda, interpretar la
gaonera y la caleserina y rematar con una revolera en un conjunto al que, si
faltó limpieza –que no ajuste ni quietud–, al viento y sólo al viento es
achacable. En definitiva, creo que se ha perdido una ocasión de hacer justicia
y actualizar el tema de la concesión de rabos en Sevilla, varado en el de Ruiz
Miguel per saecula saeculorum.
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