La fiesta de los toros va a desaparecer porque todo lo humano
conlleva su extinción; el dilema está en si lo hará de manera natural o
violenta. ¿Estamos dispuestos a perder un patrimonio cultural, una
escuela de vida, algo valioso y único, en aras de una sociedad que
parece dispuesta a conceder a los animales los mismos derechos que a los
humanos y que oculta la muerte como parte de la vida?
Esta pudiera ser la sinopsis del documental Un filósofo en la arena,
en el que Francis Wolff (Ivry-sur-Seien, 1950), catedrático emérito de
Filosofía de la Escuela Normal Superior de la Universidad de París,
experto en la figura de Aristóteles, aficionado militante y escritor de
varios libros taurinos, reflexiona sobre la fiesta de los toros, -ni a
favor ni en contra-, con el ánimo de llamar la atención de la sociedad
sobre la pervivencia de “un arte sublime”.
Dos cineastas mexicanos, Aaron Fernández y Jesús Muñoz, sin relación
alguna ni conocimiento ni afición sobre el mundo de los toros, lo
convencieron, no sin esfuerzo, para filmar juntos una película sobre
toros.
Los tres viajan por Francia, España y México, visitan dehesas,
presencian festejos, y mientras el filósofo desgrana su visión
particular y profunda de la corrida, se salpican opiniones de
escritores, artistas, intelectuales, políticos y personajes de la calle.
El interés principal del viaje no es tanto la corrida como una
búsqueda filosófica que explora respuestas a algunas preguntas:
¿Por qué
las personas tratan cada vez más a sus mascotas como personas en cuanto
la sociedad trata a los marginados como si fueran animales, como en el
caso de los inmigrantes?
¿Qué estatuto debemos darle a los animales, ya
sea los que pertenecen a la aristocracia de las mascotas, o al
proletariado de la ganadería industrial? ¿Por qué la muerte, sea esta de
los seres humanos o de los animales, no queremos verla y está confinada
en los asilos para ancianos o en los mataderos? ¿La diversidad cultural
es todavía compatible con los valores morales universales?
El documental, de cien minutos de duración, ha tenido un presupuesto
de 500.000 dólares, de los cuales el 70 por ciento ha sido financiado
por el gobierno mexicano. La obra se ha proyectado en 45 salas de
catorce ciudades de México durante nueve semanas, y su acogida en la
taquilla ha sido muy favorable, a juicio de los directores del proyecto.
Ha participado en varios festivales hispanoamericanos y en Montreal,
se espera su próximo pase en streaming para el público hispano de EEUU y
están avanzadas las conversaciones para su difusión en Francia.
Curiosamente, en España no se verá en salas comerciales.
Según ha
explicado Jesús Muñoz, uno de los directores, los festivales de cine de
San Sebastián y Málaga no aceptaron su inclusión en el programa oficial,
y a ningún distribuidor le ha parecido interesante para el público de
este país.
La película solo se ha proyectado en Sevilla, durante la Feria de
Abril, y ahora en Madrid y Barcelona, y para ello sus responsables han
debido alquilar una sala para darla a conocer a aficionados, taurinos
-sorprendidos todos ellos ante la triste conclusión del filósofo francés
sobre la pervivencia de la fiesta- y medios de comunicación.
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