La dimensión del toreo que
plantea Pablo Aguado es descomunal porque pone frente a los ojos de
tantos muchachos engañados que andan por esas escuelas taurinas, por
esos centros taurinos de alto rendimiento, la
verdad inmutable del toreo hecho con los más simples mimbres: la
verdad, la naturalidad, la personalidad, la torería... el tener algo que
decir y decirlo: el toreo.
Pablo Aguado pone frente a los ojos
de esos muchachos la incuestionable, la dura realidad de que el toreo no
está al alcance de todo el mundo, que esto no es una Facultad donde te
dan el título de Licenciado en Historia del Arte, porque en el toreo hay
cosas que las da Dios y otras que se pueden aprender, y lo de Aguado no
hay escuela que lo enseñe.
De igual manera que Pablo Aguado sacó de la corrida a Roca en Sevilla, en una terrible, impotente y pura aceptacion de la realidad de que él jamás puede estar a esa altura,
hoy en Madrid ha vuelto a anonadar, poniendo su verdad frente a la
afición, entre la cual se contarían sin duda un buen número de jóvenes
aficionados que jamás habrán visto antes torear de esa manera, con esa
despaciosidad, con esa sencillez de no darse importancia, con esa gracia, y que desde el día de hoy entenderán mucho mejor de qué hablamos cuando pronunciamos los nombres de Antonio Bienvenida, de Pepe Luis, de Manolo Vázquez o de Pepín Martín Vázquez.
El inicio de la faena de Pablo Aguado al sexto de la tarde, Tapado,
número 50, un colorado chorreado en verdugo de Montalvo, es una joya de
orfebrería, un huevo de Fabergé de esos que coleccionaban los zares de
Rusia, un compendio de gracia y sinceridad absolutamente inusitadas en
estos días que corren donde la vulgaridad, el despatarre, la
inclinación, el toreo de ángulo o de alcayata se nos quieren vender como
valores superiores.
Aguado desde la más natural verticalidad
hace venir al toro desde el 5 hacia el 6 donde él le espera y le recibe
sin violencia, sin buscar quebranto, con cuidadito guía la embestida
portando la muleta en la derecha, tanteando las condiciones del toro, le
gana distancia, le da otro suavísimo a la media altura y se cambia la
muleta de mano mientras el toro está acabando de girarse, pura gracia,
para empalmar con un pase por alto y, a continuación, un soberbio
natural del que sale andando y en seguida remata con el pase de pecho.
No se puede hacer con más torería un inicio de faena.
A continuación,
cuatro con la derecha, ¡y vaya manera de agarrar la muleta!,
delicadísimos y el precioso remate con un cambio de mano de pura
inspiración. Aguado se ve obligado a recolocarse a la salida de cada uno
de los redondos, pues no acaba de rematar el pase hasta el final, pero
la manera en que templa la embestida, la forma en que se trae al toro y
lo hace pasar pegado a su cuerpo, su voluntad de torear despacio llegan
al tendido con enorme fuerza y se le jalea la serie con mucha pasión.
A
continuación una serie con la izquierda compuesta de cuatro o cinco
muletazos, de nuevo hechos a base de suavidad y personalidad y rematada
con torería y gracia.
Luego, otra serie con la derecha e identicos
arguentos, acaso de menor intensidad pero con el público entregado es el
preludio a lo de la espada, sobre lo que echaremos un poco de cal viva,
porque la verdad es que esta desapacible tarde de sábado no fue, en
modo alguno, la tarde de los ases de espadas.
Ignoro cómo se verá la
faena de Aguado en la TV, para los aficionados que gustan de eso, pero
desde este momento aseguro que es imposible que las cámaras -y mucho
menos la deprimente cuadrilla que comenta las cosas- hayan sido capaces
de reflejar el estado de gracia de la Plaza en este segundo toro de
Pablo Aguado, señalado de manera espectacular con los silencios que han
antecedido al inicio de las series, esos impresionantes silencios de
Madrid que son realmente sobrecogedores.
Hoy Pablo Aguado ha presentado netamente sus credenciales y, pese a ciertas imperfecciones que su faena haya podido presentar, pese a ciertos enganchones y falta de colocación o de remate, es conveniente juzgarle por el soplo de frescor que traen sus modos y evaluar el conjunto de su actuación desde la óptica de lo desusado de su propuesta, de su firme resolución de torear a cámara lenta, de la cadencia de sus muletazos, de su elegante naturalidad, de su personalidad tan a contraestilo de lo que en estos tiempos se estila, de la promesa, en fin, que contiene su toreo respecto de las grandes tardes que puede darnos.
Por José Ramón Márquez
https://salmonetesyanonosquedan.blogspot.com/
Fotos de Andrew Moore
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