Le
traiciona la espada. Espectáculo de morbo y pleno.
Herido grave
Escribano. Entrega sin cuento de Román
Madrid. 17ª de San Isidro. Primaveral. No hay billetes. 23.624 almas.
Dos horas y veinticinco minutos de función. En meseta de toriles, el Rey
Juan Carlos, muy ovacionado al recibir brindis de los tres espadas.
Seis toros de Adolfo Martín.
Manuel Escribano, silencio tras un aviso y cogido por el cuarto.
Cornada de 25 cms. en el muslo medio izquierdo con destrozos de
aductores y lesiones colaterales. De pronóstico grave. Román despenó al
toro de la cogida de dos metisacas, entera y descabello. Sonaron dos
avisos. Román Collado “Román”, ovación y oreja tras aviso. Roca Rey,
silencio y ovación.
EL RECLAMO DE LA corrida era morboso: Roca
Rey con una de Adolfo Martín, que, tres cinqueños abiertos en lotes
distintos, vino con todas las de ley a cerrar y celebrar el tercero de
los festejos de homenaje al encaste Albaserrada en el centenario del
hierro de la A con corona, vulgo Victorino. Roca, torero tiburón,
intrépido y ambicioso, fue el único de los grandes del escalafón que
aceptó someterse al azar del bombo: se sortearon diez de las
veinticuatro ganaderías de San Isidro entre diez jugadores de fortuna.
La única ganadería que nadie quería, como si fuera la bola negra, era la
de Adolfo Martín.
Y en eso estribaba el morbo. En saberse si
Roca, que lleva escapado del pelotón dos temporadas, que serán tres con
esta, iba a ser capaz de salir airoso de la apuesta y hasta ganarla.
Reventa a tope. La plaza, abarrotada al reclamo del torero peruano. Una
minoría en estado de esceptisimo absoluto. Y una mayoría, a favor de
obra y casi incondicional. Roca venia de cumplir con éxito mayor su
primera tarde de San Isidro: las dos orejas bien ganadas del sexto toro
de Parladé hace ocho días. Ya entonces se sintió exigido por las
minorías severas de las Ventas. Más que nadie. Y eso acentuaba el morbo.
Ganó su apuesta Roca Rey, solo que le traicionó su casi infalible
espada, que en corto, por derecho y hasta el puño suele tumbar sin
puntilla tantos y tantos toros de los que ha cuajado en compromisos
mayores.
Un raro pinchazo y una estocada caída no fueron remate propio
para una faena, la del sexto toro, de sello propio, logros redondos y
muy fino sentido de toreo por el manejo de distancias, terrenos y
tiempos, por la manera tan precisa de tener en la mano un toro, uno de
los tres de nota de la corrida, que viajó empapado y no enganchó engaño
ni una sola vez pese a que la faena, de poco más de dos docenas de
muletazos, pareció más larga por su intensidad que por su misma medida.
Desde el arranque, en distancia y ligando cinco en redondo con el de
pecho, hasta una especie de ya sexta tanda de propina en que el toreo
fue, a todo rendido, puro recreo.
Veleto y paso, corto de manos,
bajito de agujas, bravo, pronto y noble el toro, descolgado en seguida y
de mucho humillar, pero con su punto agrio por la mano izquierda. Fue
por ella, en la cuarta serie, cuando Roca ganó del todo la pelea.
Encajado en serio, más de perfil que en el medio pecho, se ajustó de
veras y gobernó lo que parecían díscolos viajes y no lo fueron. Hubo
muletazos extraordinariamente despaciosos, temple del largo, enganches
muy precisos, ligazón, una sabia manera de abrir el toro en el momento
justo, remates airosos de tanda –el de pecho a pies juntos, el cambio de
mano, la trinchera cosida con el de pecho enroscado- y, sobre todo, una
palmaria autoridad. Cuando cuadraba Roca el toro, gritos sueltos de
vivas sin cuento descompusieron el final de la obra.
Los tres toros de la segunda mitad fueron los sobresalientes de la corrida de Adolfo, la única de las tres de albaserradas que pudo jugarse sin viento. Los tres fueron distintos en todo: en hechuras y estilo. Veleto y paso, descarado, el cuarto sacó el tranco dulce y el ritmo regular de los saltillos buenos.
Los tres toros de la segunda mitad fueron los sobresalientes de la corrida de Adolfo, la única de las tres de albaserradas que pudo jugarse sin viento. Los tres fueron distintos en todo: en hechuras y estilo. Veleto y paso, descarado, el cuarto sacó el tranco dulce y el ritmo regular de los saltillos buenos.
En un fallo de nervios o error de cálculo, y ya a
final de una faena que a partir de solo la tercera serie empezó a ser
castigada desde el sector puritano, Manuel Escribano fue prendido por el
pitón izquierdo y herido en el mismo instante de la cogida. No pudo ni
ponerse en pie.
La cornada trocó el morbo en inquietud. El toro,
al cabo, fue a pesar de todo aplaudido en el arrastre. Y también el
quinto, capacho y engatillado, demasiado castigado en el caballo, de
gran fijeza, falto de un punto de motor pero de embestidas al ralentí.
Con él se vació Román en una faena de emoción, sembrada de aciertos y
osadías, porque el gobierno del toro fue desigual. La manera de correr
riesgos y el desparpajo llegaron a la gente.
De los tres toros
de la primera mitad, el segundo salió peligroso, avisado, a la defensiva
y queriendo coger, y cogió a Román sin herirlo en una de sus muchas
temeridades. El primero, muy quebrado en varas, noble pero apagado, dejó
a Escribano hacer. El tercero, el primer saltillo que cataba Roca Rey,
reservón, de quedarse debajo, distraído e incierto, puso a prueba los
nervios del torero limeño, que abrevió sin más.
Madrid, 30 may. (COLPISA, Barquerito)
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