Corrida muy ofensiva, tres
toros de pésimo trato, tres de otra manera, tarde muy ventosa, terna
valerosa. Distinguido Juan Ortega, entregado Galván, firme Galdós. El viento fue protagonista desapacible.
Madrid, 16 may. (COLPISA, Barquerito)
Dos horas y doce
minutos de función.
Un minuto de silencio en memoria de Joselito el
Gallo.
Seis toros de José Enrique y Nicolás Fraile. Todos, con el hierro de Valdefresno, salvo dos -3º y 4º-, con el de Fraile Mazas.
David Galván, saludos tras un aviso y silencio tras un aviso. Juan
Ortega, aplausos y silencio tras un aviso. Joaquín Galdós, saludos y
silencio.
Brega buena de Andrés Revuelta y Gómez Escorial. Dos pares de Juan José Trujillo.
LA CORRIDA DE Valdefresno, cinqueña, honda y armada, el cuajo propio de
la línea Atanasio, tuvo dos mitades. En la segunda se jugaron tres
toros de pésimo trato: un cuarto que, descompuesto, desarrolló mucha
violencia, y con el que Galván solo pudo protegerse; un quinto gazapón
de genio desapacible que se puso por delante a las primeras de cambio y
no tuvo ni una sola embestida completa; y un sexto que, blando en el
caballo, pegó cabezazos al aire y, ya sin enmienda, topó en la muleta
bruscamente, y entonces Galdós abrevió sin más.
Por tanto, una
desoladora segunda mitad. Esos tres toros, abiertos de cuerna, fueron
los más ofensivos de un sexteto descarado sin excepción. Los tres
primeros salieron de otra manera. Partió plaza uno de 600 kilos. Lámina
mastodóntica: corto de manos, largo y ancho, más hondo que ninguno. Toro
de exposición. De forma y conductas distintas a las de todos los demás.
Suelto y abanto de partida, barbeó las tablas, hizo amago de saltar al
callejón dos veces y todo eso sin dejar de ser un toro frío.
Andrés Revuelta, que lidiaba, acertó a sujetarlo después de varas y en
banderillas ya era el toro otra cosa, otro tranco, otra manera de venir
cabalgando mal que bien. Aunque rebrincándose, metió la cara y hasta
repitió descolgado.
El viento fue protagonista desapacible y ya en ese
primer toro bicheó más de la cuenta. No tanto como vino a hacerlo en la
segunda parte, pero no poco.
A pesar del viento, y abierto fuera de las
rayas, David Galván se entendió con el toro bastante bien. Lo llevó
toreado por las dos manos, se acopló a las embestidas rebrincadas,
dominó y templó las casi boyantes, que fueron contadas pero seguras, y
con la mano izquierda firmó una tanda de cinco de garbo bueno. Con la
derecha se había llegado a enroscar el toro, un toro tan grande y un
torero tan menudo. Se pasó de faena el torero de San Fernando, el viento
castigó el final, se rindió el toro y sonó un aviso justo cuando una
notable estocada hizo efecto casi fulminante.
El segundo llevaba
nombre de reata de nota en Valdefresno: Lirio.
Como el de uno de los
toros que mejor ha toreado Ponce en Madrid. Hace unos cuantos años. Las
hechuras de uno y otro, muy diferentes. Y el estilo. Aquél de los años
90 atacaba en tromba y este, a menos, duró muy poquito y se acabó
aplomando.
Mucha plaza recorrió el Lirio de ahora, y mucha plaza tenia
pese a ser el más liviano de los seis.
De su brusco fondo dio cuenta con
particular primor Juan Ortega en una faena de rico encaje, suavidad
distinguida, asiento impecable y composición nada común. Tres tandas en
redondo bastaron para dejar sello y huella a pesar de que, implacable,
el viento se metió por donde y cuanto pudo.
El manejo de avíos de Ortega
llama la atención. Su colocación y postura natural también. La armonía
toreando. Solo que protestó el toro antes de venirse abajo.
Tras una
estocada contraria, tres descabellos. Pareció que no había pasado nada.
Pero pasó.
Y volvió a pasar cuando, con decoro refinado, resolvió la
papeleta del quinto, infame aire, el peor de la corrida.
El
tercero, del hierro de Fraile Mazas, bufó al tomar engaños, fue muy
elástico, humilló y descolgó. Codicia contrarrestada por su tendencia a
encogerse cuando se soltaba. Galván le hizo un ajustado quite por
chicuelinas.
Joaquín Galdós, firme, seguro y dispuesto, se atrevió
cuando el toro se encogía, se aceleró cuando los viajes por abajo fueron
claros, ligó una notable tanda templada, se vio descubierto por el
viento, toreó al natural pero de uno en uno y se fue de tiempo cuando
estaba todo visto. Una estocada sin puntilla fue rúbrica buena.
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