Por Santi Ortiz.
Hace ya noventa y nueve años..
..El 16 de mayo de 1920.
Y decían que había
que tirarle un cuerno para cogerlo.
Eran ganas de difamar, porque, los
que esto sostenían, interesadamente se olvidaban de que, aunque lo
cogieron muy pocas veces los toros, cada vez que le echaban mano era
para herirlo.
En total, dos puntazos, una fractura metacarpiana y dos
cornadas sin contar la que en Talavera se lo llevó para siempre,
dejándonoslo a su vez instalado en la Historia como el lidiador más
poderoso y lúcido y el torero con más afición que ha dado la fiesta de
los toros.
Antes de que la trágica noticia sacudiera con su
descarga el corazón de España, nadie podía imaginar que en la tarde
pueblerina y alegre, en el compromiso de una corrida sin compromiso, el
torero más infalible, el que era capaz de matar toda una ganadería, toro
tras toro, sin sudar apenas, aquel que había desvelado todos los
secretos de la tauromaquia, el que solamente una vez en toda su carrera
se vio aperreado ante el resabio de los toros, fuera a salir del coso en
un ataúd.
Lo del aperreo, como singularidad, merece la
pena contarlo.
Ocurrió el día de San Pedro de 1915, con aquel “Platero”
de Moreno Santamaría que estuvo a punto de marchársele vivo a los
corrales de la plaza de Valencia y que le hizo perder los papeles como
nunca más en su vida.
Como José, por toda explicación a lo sucedido,
pensara que el toro estaba toreado, le pidió a don Eduardo Miura –he
aquí la extrema afición y soberbia de un soberbio torero– que le
encerrara las vaquillas más resabiadas que tuviese para estudiar
soluciones al problema del chaqueteo y no verse en ninguna otra tesitura
semejante.
Más gracia tuvo la “solución” encontrada por el célebre
crítico Don Modesto, quien en su crónica decía: “En el desolladero se
descubrió, con gran asombro de los matarifes, que “Platero” llevaba otro
Joselito en la barriga. Siendo así, se comprende lo ocurrido”
La tragedia de Talavera, no obstante, trajo consigo la moraleja de
la humildad. Si hasta la cabeza más pitagórica del toreo, la más sabia
de todas las monteras, las taleguillas de más facultades, la muleta más
dominadora, habían caído rotas para siempre por el certero derrote de
“Bailaor”, ningún torero podría presumir ya de estar a salvo del peligro
de los toros.
Si el máximo semidiós de la Tauromaquia había sucumbido
víctima de una cornada, las vidas de todos los demás quedaban puestas en
almoneda. No hay enemigo pequeño ni plaza insignificante.
En el más
remoto rincón, ante el toro más terciado, la Dama de Negro podía hacerse
presente reclamando para sí la savia joven de un torero en flor sin
importarle rango, fama o escalafón.
Así ha sido siempre el toreo y así
seguirá siendo.
De ahí el respeto debido a quienes hacen del arte de la
lidia su locura, sus sueños o su oficio. Tengámoslo presente todos los
aficionados y, particularmente, esos que desde los tendidos de Las
Ventas se encargan de aborrascar las tardes y se permiten la osadía de
dictarle, desde la impunidad de su localidad, lo que tiene que hacer al
hombre de luces que se arriesga ante las buidas astas de ese toro
tremendo que hoy sale por los chiqueros de Madrid.
Que el minuto de
silencio que esta tarde epilogue el paseíllo venteño nos sirva para
reflexionar sobre el drama que ejemplifica aquella corrida de Talavera
de la Reina y el doloroso epitafio que nos dejó su huella hasta
alcanzarnos en las figuras truncadas de Víctor Barrio e Iván Fandiño.
La exigencia debe ser compatible con la consideración.
Que no se nos olvide.
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