
No es la primera vez que ocurre (ahora, antes y mucho antes) , ni allí ni en muchas (demasiadas) plazas del orbe taurino y eso, claro, lleva a los aficionados y la crítica especializada (bueno, no toda) a preguntarse si esa es la Fiesta que queremos, aquella por la que luchar cuando (como ahora, en grado sumo) vienen mal dadas y, sobretodo, si en ella reconocemos los valores que , precisamente, le dan carta de naturaleza. Unos valores que hablan de honestidad, desafío, reto, coraje, superación , creación artística, valor (el del torero)... y en los que el toro (en su integridad) resulta esencial.
En todo eso pensaba viendo la corrida de marras (también lo he pensado ¡ay! otras tardes) pero hubo un momento, media docena a lo sumo, en que la pantalla del televisor dejó de existir como filtro de espacio, tiempo y lugar; el toro endeble se trastocó (vana ilusión) en fiero e imponente uro y , ante mí, se apareció la frágil, inalcanzable, belleza suma del toreo.
Ahí se podía haber acabado la corrida y todos contentos. Que digo contentos, felices, radiantes. Pero, claro, fue que no y en el marasmo el posible olvido del milagro.
No necesita la Tauromaquia que la política certifique lo que ya es por sí misma. Pero esa Fiesta perseguida y calumniada desde fuera y maltratada desde dentro, sólo se preservará, más allá de grandilocuencias e interesadas manipulaciones y apropiaciones, si a una autenticidad sin mácula une voces que la sepan valorar y/o cuidar.
Claro que siempre habrá quien tache, al que así lo haga, de palmero y otras lindezas. Allá ellos con su "sentimiento trágico de la vida".
Ésta, la vida, es demasiado dura, también demasiado frágil, como para vivirla sin- cuando podemos o nos dejan- buscar al menos un atisbo de belleza. Esa belleza que, mira por dónde, los aficionados a los toros (o así nos consideramos) podemos percibir, sentir, en un segundo de toreo. Afortunadamente.
Por Paco March ( Burladero )
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