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viernes, 21 de abril de 2023

"Una faena antológica de Daniel Luque"

 Subrayada por un clamor constante, de rara perfección, magistral

Y un extraordinario toro de El Parralejo que se arrastró sin orejas y fue premiado con la vuelta al ruedo

EL QUINTO TORO de la corrida de El Parralejo, con el porte y el estilo propio de sangre Jandilla, salió de bravo: galopando con ganas. A pies juntos lo recibió Daniel Luque en tablas. En el tercer viaje, ya en las rayas, Daniel se compuso a la verónica. Cuatro lances amplios, deplegados, ceñidos y despaciosos, abrochados con media muy rumbosa. Eso iba a ser anuncio de cuanto vino después.

Antes de varas, pareció frágil el toro, que se arrancó de corrido al caballo con solo verlo, y apretó y recargó. Luque pareció listo para quitar, pero cambió de idea, Prefirió que el toro, pura viveza, notoria prontitud, elasticidad llamativa, siguiera moviéndose. Al salir de una segunda vara medida, enterró pitones y cobró un volatín. Vueltas de campana se habían ya pegado tres de los toros jugados por delante, y dos de ellos acusaron la lesión medular. Este quinto se alzó en un suspiro. Francisco de Manuel salió a quitar en su turno por chicuelinas, una de las suertes que en Sevilla se miran con lupa y miden hasta la exageración. No fue un quite afortunado.

La brega en banderillas de Iván García fue primorosa, ejemplar, sobria, impecable. Fijado el toro en tablas, junto a la puerta de arrastre, Luque brindó desde los medios y en terrenos del toro, sin dilación ni pruebas, dio comienzo una faena de auténtica maestría. Faena en casi un solo terreno, al borde por fuera de la segunda raya, de soberbia apertura -traído el toro por la mano derecha, muletazos ligados, enroscados- y son creciente: la segunda tanda en redondo fue todavía mejor que la primera, de más compás, puro desmayo, sin forzar Luque la figura, compuesto con naturalidad, ni gestos ni voces. Y se arrancó la banda con el “Suspiros de España”.

Ni corta ni larga, precisión matemática, la faena se subrayó con un clamor constante. No hubo ni un solo muletazo que no tuviera su razón. Ni un solo enganchón, aunque al toro le costara al principio darse por la mano izquierda. Los remates de tanda, media docena, tuvieron la gracia severa de la trincherilla ligada con el de pecho. Uno de ellos, trazado en semicírculo hasta el hombro contrario, fue memorable. El ajuste fue tanto como el sentido del temple y se tuvo en un momento la sensación de toreo perfecto.

De tan bien gobernado el toro, pareció que Luque estaba toreando de salón, hasta que, para abrochar faena, soltando la ayuda, toreó sin ella con el mismo ritmo y la misma cadencia que antes. Una estocada ligeramente trasera. El toro se echó en tablas, pero sin descubrir. Los golpes fallidos del puntillero lo levantaron, pero sirvieron para que en resistida agonía el toro muriera de pie como los bravos. Dos orejas, vuelta al toro y, de pronto, otra corrida, que iba más torcida de lo previsto.


(COLPISA, Barquerito)

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