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martes, 25 de abril de 2023

"Exquisito Morante, templado Emilio de Justo"


Berho


 Dos orejas de un toro excelente de Olga Jiménez para el torero extremeño

Con un lote noble, pero sin poder, el torero de la Puebla del Río firma una tarde más que dichosa

Lunes, 24 de abril de 2023. (COLPISA, Barquerito)

Sevilla. 8ª de abono. Estival. No hay billetes: 11.500 almas. Dos horas y cuarenta minutos de función. Seis toros de la familia Matilla, con el hierro de García Jiménez, salvo primero bis y tercero, con el de Olga Jiménez. El tercero, Filósofo, premiado con vuelta en el arrastre.

Morante, saludos y una oreja. Talavante, silencio tras aviso y silencio. Emilio de Justo, dos orejas y aplausos.

EN LA CORRIDA de los Matilla vinieron dos toros de excelente son. Un segundo bajito y corto de manos, terciado, un zapatito, que salió en el aire de los toros de carril, y un tercero, tocadito y recogido de cuerna, de hechuras sobresalientes que fue dechado de bondad y bravura. Por la manera de galopar ganó con ventaja el tercero. La entrega fue la misma, pero por el modo de humillar y repetir también copó el tercero honores. Con el uno, Talavante al aparato, casi bastó con ponerse y estarse, acoplarse a embestidas de fiable codicia. Con el otro tocó algo más: templarse, porque el fondo del toro tenía su punto de electricidad.


Talavante, airoso en el saludo de capa a pies juntos, abrió faena de rodillas, por alto primero, por bajo después, y, gateando se plantó fuera de la segunda raya. Ahí fue una faena salpicada de cambios de mano, muy para la gente, ajustada, pero a veces acelerada y, por tanto, desigual. Hasta siete pinchazos y una estocada caída. Una desdicha, que le acabó pesando y amargando la tarde. Con el noble quinto, el toro más voluminoso de todos, trasteó sin convicción, desangeladamente.


Emilio de Justo
, seguro en un quite en los medios por chicuelinas tras la primera vara, sufrió una terrible voltereta cuando cerraba al toro para la segunda. La impresión de la cogida no fue buena, pero el percance se saldó sin cornada. Con un aparatoso vendaje en la taleguilla a la altura del muslo derecho, hecho de ánimo y, visto el espectacular galope del toro en banderillas, pareció ponerse en manos del destino, que le estaba haciendo un guiño. Para torear sobre seguro, hubo en la apertura una tanda de doblones genuflexos y ayudados por las dos manos, mandones y largos, y cosidos en una tanda de hasta seis viajes y el remate. Se encendió pronto la cosa y ya no cesó. Con la izquierda, con la diestra, embraguetado sin aliviarse, conduciendo largos los viajes del toro, que se abría generosamente. No fue preciso ni apretar. Así de generoso fue el toro, tumbado de estocada hasta el puño. Dos orejas. De una vez los dos pañuelos.

En la corrida, y a plaza abarrotada, estaba y estuvo Morante, y no de paso. Vestido con un terno inspirado en la moda del XIX -seda mandarina, pasamanería blanca, chaleco con golpes de oro, medias blancas- y de principio a fin decidido a hacer valer su ciencia, su arte y sus galones. Su sentido del toreo, su capacidad, su valor. Sin suerte en el reparto de toros: ninguna novedad. Inválido, fue devuelto el toro que rompió plaza. El sobrero, de feas hechuras, zancudo y flaco, no paró de mugir y, aunque fijo en el engaño, no terminó de estirarse. Por falta de fuerzas llegó a revolverse. En un mínimo y solo terreno de la alfombra de la Maestranza, sin salirse de él, Morante toreó con sencilla y paciente autoridad. Una faena de perfecto hilván. Los muletazos por alto para igualar fueron del repertorio viejo o gallista. Una estocada. El palco escondió el pañuelo. Morante no disimuló su enfado.


El cuarto, noble y flojo, incapaz de completar una embestida entera en cuanto hubo que pelear en serio, se llevó de Morante el regalo de unos lances de salida ceñidos, cortos y bien volados y, sobre todas las cosas, una faena de exquisito primor, sellada de partida por una improvisada serie de ayudados por alto pegados a tablas y cosidos con media docena de muletazos cambiados o en la suerte natural antológicos por su dibujo y su lentitud. La maravilla de la jornada. Puesto casi encima, en el punto donde mejor se daba el toro, Morante se empeñó en una deliciosa y sabia faena, en un solo terreno, igual que la anterior, floreada, a cámara lenta, precisa en los toques, las entradas y las salidas, en los remates de pecho a pulso, tirados con compás. El cuerno de la abundancia. Morante puso lo que no ponía el toro con su aplomada bondad.

El sexto y último fue el de peor nota de la corrida, parado, rebrincado, cabeceó. Acertado y decidido con la espada de Emilio de Justo, que seguramente acarició la idea de salir por la Puerta del Príncipe.

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