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domingo, 24 de agosto de 2014

El toreo, más allá de la leyenda

Málaga. Segunda de la Feria de Agosto. Se lidiaron toros, reglamentariamente despuntados, para rejones de San Mateo (1º y 5º) y Carmen Lorenzo (3º) y dos más de Parladé (2º y 6º) y uno de Victoriano del Río (4º) para la lidia a pie, bien presentados. De excelente juego, los de rejones; de los de a pie destacaron el 4º, de mucha calidad y el 6º, muy bueno. Lleno de «No hay billetes».


Hermoso de Mendoza, rejón muy contrario (saludos tras petición); pinchazo, rejón arriba (oreja); rejón en dos tiempos, tres descabellos (saludos). José Tomás, de rosa palo y oro, estocada trasera (silencio); pinchazo, media (oreja); media estocada (dos orejas).
Sonaba una ranchera lánguida y melancólica, «Despacito, muy despacito», y una gaviota planeaba suave sobre los tendidos mientras él hacía sonar la tela sobre el albero, arrastrada lenta hasta dormirse. Fue como un maravilloso sueño, como ese beso que no llega nunca, como un mundo sin violencia, alejado de este infierno terrenal. Fueron cinco enormes en redondo, el último despacioso hasta llorar, y naturales que no acaban ligados con el afarolado, y éste con el de pecho liberador. Luego un molinete, más redondos profundos, un pase por la espalda de locura y otro de pecho que paró el tiempo. Y la ranchera mecía el toreo, y el toreo mecía la plaza. Y la plaza lloraba en paz. Paró la música, se arrancaron por fandangos, se ayudó por bajo el torero y estalló de júbilo la muchedumbre. Antes, dibujó lances enormes a la verónica, chicuelinas de clamor en las que bailó el capote y se ciñó hasta el imposible el toro, y ejecutó cinco estatuarios quietos abrochados con uno bravío del desdén que pusieron aquello a revientacalderas. Al toro, precioso, enmorrillado y con clase, marcado con el hierro de Victoriano del Río, lo despidieron con una póstuma ovación.
Y al sexto de la tarde, encastado y noble, y de la divisa de Parladé, le dio el pecho en el cite, le echó la muleta adelante, y con los vuelos del engaño dibujó no menos de veinte naturales memorables, apoteósicos, rematados detrás de la cadera, acompañados con la cintura, entre la pasión de una plaza subyugada por el concepto más clásico y puro del arte de torear. Porque el auténtico José Tomás, más allá de esa leyenda absurda de suicidios e inmolaciones inventada por cuatro infelices, estaba de vuelta. No sé ni cómo mató a sus toros, ni cuántas orejas le dieron. Sólo constato aquí, en los tendidos ya vacíos de La Malagueta, que el toreo es el arte más misterioso y conmovedor de cuantos existen.
Regresando a la realidad, hemos de reconocer que esta ocurrencia del mano a mano entre rejoneador y torero resulta grotesca desde que el toro sale al ruedo y empiezan las comparaciones. O sea, un hombre muy quieto en la arena delante de un toro en puntas; y luego, un señor a caballo alrededor de otro toro con los pitones cortados. El que abrió plaza, para colmo de males, entre el reglamentario despunte de las astas y que Dios lo trajo al mundo cornicorto digo yo que por parte de padre, tenía el perfil de un auténtico ternero. Y el ternero fue de dulce. Distraído de salida, una vez fijado en la montura de Pablo Hermoso de Mendoza embistió como un carrito. Pablo le hizo diabluras con «Disparate», desplegando un galope de costado cambiando de grupa que puso a hervir al personal. Ese tramo de la faena fue soberbio, y aunque luego bajó el tono con el tordo «Viriato», la efectividad de un rejón de muerte muy defectuoso provocó la petición de oreja que no atendieron desde el palco.
Sí se la dieron del tercero por una actuación de similares registros. O sea, magnífica en su primer tramo ahora con «Chenel» en el toreo a dos pistas con recortes impresionantes por dentro; y más discreta cuando sacó al ruedo a un caballo, «Habanero», que no estuvo a gusto. En el quinto, ya con el suceso tomista perpetrado, volvió a sacar a «Disparate», caballo que huele a figura, repitió las carreras de costado, puso un gran palo muy de frente y al final con «Dalí» clavó con limpieza y se adornó con piruetas. Con «Pirata», su caballo del último tercio, volvió a lucirse con las cortas y mató en dos tiempos antes de descabellar. Con un público propio de rejones sus faenas hubieran tenido otro eco, pero Pablo dice ahora que es que no tiene competencia. Pues bien, ningún rejoneador puede competir con un hombre enterrado en la arena y barriendo el ruedo con su muleta en la mano izquierda. A José Tomás el grande, se lo llevaron a hombros de una plaza levantada junto al mar.

TRAS MÁLAGA, LA GRAN INCÓGNITA
Juriquilla abrió el camino. Luego, Granada, León y ayer Málaga. ¿Y ahora? El gran interrogante. José Tomás no tiene más fechas cerradas para lo que resta de temporada y, con casi todas las ferias definidas, sólo el Pilar en Zaragoza –con estreno de Cutiño y Casas al frente– parece surgir como una opción para otro paseíllo más.

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