es lo más parecido a la Biblioteca de
Alejandría del toreo, toda una institución cultural, histórica y
patrimonial, de la memoria española.
Teléfono: 917 25 26 80
Dirección: Paseo Marqués de Zafra, 31, 28028 Madrid
Mayo de cualquier año sin Covid-19. José Alfredo, un aficionado mexicano que no se pierde una feria, aterriza en Madrid como cada San Isidro
. No pasa ni por el hotel para dejar el equipaje. Su primer destino:
Marqués de Zafra, 31. Allí se alza el templo de la literatura taurina,
la librería Rodríguez, ejemplo de que la tauromaquia es
un cultura. «Muchos clientes extranjeros, de México, Francia o Perú,
vienen directamente desde el avión, deseosos de comprar nuestras obras.
Algunos llegan con las maletas vacías y las llenan de libros, aunque eso
no sucede esta temporada», cuenta Carlos Ballesteros Rodríguez, la cuarta generación de esta familia de libreros. No hay compradores así hoy.
En realidad, en el primer día de la fase Cero Punto Cinco, «ya sin cita previa», solo uno se interesó por «Las últimas 24 horas de Joselito el Gallo».
Es su centenario y la mayoría de pedidos durante el confinamiento han
versado sobre Gallito: «Marcó la cumbre del toreo y sus libros han sido
los más reclamados en nuestra web; también se han
vendido novelas no taurinas, pero no al nivel esperado por tanto miedo e
incertidumbre por la pandemia y la crisis; la gente se lo piensa mucho a
la hora de gastarse el dinero. La realidad es que se ha vendido muy
poco».Madrid se ha quedado sin toros. Las vacas ya no enviudan a las cinco de la tarde, como evocaba Joaquín Vidal en una crónica. Son los libros los que visten de luto, sin manos que acaricien sus renglones torcidos, sin ojos que lean el flechazo de las sílabas y sin ese olor a almendras amargas de los amores de García Márquez, el Nobel apasionado por la Fiesta.
En el barrio de Ventas, el ruedo de las estanterías está lleno, pero los tendidos del público lector son un completo desierto en estas semanas de sol y moscas. «Se nota muchísimo: los bares y tiendas de la zona viven gran parte del año de lo que se factura en San Isidro. Mi negocio es muy estacional, lo que gano en mayo me sirve para mantenerme hasta octubre. Este año será ruinoso», se lamenta Ballesteros Rodríguez, encargado «del inventario, de la limpieza, de los paquetes, de ordenar... Estoy solo y es una locura mantener todo».
La
eternidad cabe entre la primavera de «No hay billetes» de 2019 y esta de
libros con «autores que escriben, pero sin apenas nadie que los compre,
con los negocios de capa caída». Conmueve el silencio
en la catedral de los sabios del toreo, escenario de encendidas
tertulias cualquier otro mes de mayo. Son cerca de las dos y la librería
Rodríguez, «la única del mundo especializada en toros», se cita
únicamente con la soledad. Atrás quedan aquellos mediodías isidriles en
los que los estantes de esta venteña calle se colmaban de manos que
hojeaban páginas sepia con el árbol genealógico de las ganaderías
a la salida del sorteo y buscaban los últimos tesoros. Los tendidos,
reflejo de la situación de España, siguen vacíos.Ya lo advirtió Ortega y Gasset...
Más de tres mil títulos dan voz a siglos de memoria taurina,
que son también la historia de España. Un tesoro cultural creado sobre
un círculo: «A veces una misma familia nos compra libros para formar su
biblioteca, nos la vende a la muerte del propietario y, por ejemplo, un
nieto las vuelve a adquirir para conservar las joyas de sus
antepasados».De Francia llegó el bien más preciado, «Anales del Toreo», de José Velázquez y Sánchez, «una obra que nos vendió un señor de París junto a todos sus fondos». Carlos cogió una furgoneta y emprendió, junto a su entonces novia, rumbo a Versalles: «Tardé más de diez horas en cargar los libros, pero mereció la pena. Y esos “Anales” son una maravilla, por un valor de 1.350 euros. Los hay más caros, como “La Dorotea”, Imprenta Real, 1654. Cuesta 1.500 euros». Hay piezas de auténtico lujo: «Carteles de seda de finales del siglo XIX y principios del XX, que han servido como regalos de boda, además de otros de papel de la época». Los diamantes de la corona: un cartel de 1850, con el Chiclanero, y otro de Beneficencia, con Machaquito y Lagartijo, en una corrida del 1 de junio de 1900 presidida por el Rey y la Reina. La hora: a las tres en punto.
Hasta el momento, este rincón literario de Madrid solo abría por las mañanas. En soledad, como se escribe y como se lee, pero con la esperanza de que en esta fase 1 regrese el ruido. Al fondo de esas páginas calladas que gritan, la comunicación que tanto añora este librero: «Echo mucho de menos las relaciones con los clientes. Para mí el lector taurino es el mejor, gran conversador y el más respetuoso. Aquí vienen eruditos, bibliófilos, escritores, viejos aficionados que se ponen a torear y muchos jóvenes que se sienten atraídos por la tauromaquia y han salido del armario sin miedo a los insultos de antitaurinos; también, algún ganadero y muy pocos toreros». Es la radiografía del lector que hace el paseíllo en el ruedo de los Rodríguez, donde casi todo es ausencia: «A los libreros de Madrid nos ha afectado poderosamente la condena a no pasar de fase; además, necesitamos del turismo. Nos permitieron abrir las puertas para no recibir la ayuda por cese de actividad, pero con la gente metida en casa ha sido ruinoso. ¿De qué vale la salud si no se puede sostener la economía? En tiempos de miedo, incertidumbre y paro, apenas se venden libros».
En medio de la preocupación, comparte su sueño:
«Tener una librería en Las Ventas. Si en las cuevas de Nerja puedes comprar un manual de Geología, en un epicentro cultural como la plaza de toros hay que mostrar y vender nuestra cultura, nuestra literatura, dar a conocer la Fiesta más allá de llaveros y otros souvenirs».
Indignado con los ataques de Pablo Iglesias, le invita a visitar este sagrado templo de los más grandes autores de la literatura: «Señor Iglesias, déjese de prohibiciones. Los Estados totalitarios empiezan prohibiendo los toros y terminan prohibiendo los libros taurinos.
Aquí tenemos libros de antitaurinos como Eugenio Noel, y los aficionados leen con respeto sus argumentos, sin vejaciones ni desprecios.
La cultura taurina sale también reflejada en muchos de los libros de los viajeros del siglo XIX, que admiraban nuestra Fiesta». No puede acabar aquello que es eterno: «La literatura taurina es fuente inagotable de conocimiento y apertura de pensamiento». El pensamiento libre que refleja la tinta derramada sobre un silabario de bravura.














