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martes, 16 de agosto de 2022

El Cordobés

 A los 86 años, El Cordobés es un oráculo. 


El ángel anunciador del desarrollismo está a refugio de las inclemencias de la nostalgia. No es un viejo insoportable doblado por la gloria sino un hombre encendido que prefiere no probar el veneno de la autocomplacencia. Tras recibir su visto bueno por medio de un intermediario, nos dio audiencia una noche a principios de julio. Guiados por él, recorrimos Villalobillos, construido sobre el otero que cuando era niño utilizaba un cabrero para tomar el fresco, una combinación como de Hollywood diseñada por Rafael de la Hoz, y descubrimos intacta a la referencia del siglo XX en España. Posee la misma fiebre que hizo del chaval anclado a la miseria en Palma del Río, el hombre nuevo encaramado a las barracas del franquismo.

 Descifró la condición humana como experto en el arte de la supervivencia a contra corriente. Y, con el histrionismo rebajado por una inteligencia furiosa, salvaje y luminosa, cómplice, divertido y travieso, miope y algo sordo, contó algunos de los momentos clave                   de su trayectoria en una tertulia sin alcohol ni humo.              El millón de pesetas era un kilo para ocultar información a las telefonistas que estaban al otro lado de las negociaciones telefónicas y no porque pesara el dinero. Persiguió sombras amarillas en la pista de tenis, atacando la red con una estela de juventud todavía prendida de los tobillos, y alumbró una nueva dimensión del miedo: «No existe». Los toreros viejos acceden a espacios de la conciencia vetados a los mortales que asisten a la vida desde el rebaño.

Aprende a leer y escribir como si hubiera decidido ponerle obstáculos de ida y vuelta a su biografía. Al principio, era el joven analfabeto capaz de conseguir cualquier cosa que se propusiera sin ninguna formación proporcionada por el sistema, a golpes de intuición, y ahora, cuando es un anciano sin la necesidad de demostrar nada, decide dejar constancia de que también puede adaptarse a las reglas que rigen la vida de los mortales a una edad en la que podría dedicarse a la contemplación de sus avances en la agricultura, la última obsesión del personaje que exportamos para sentirnos homologados: Estados Unidos tenía a los astronautas, nosotros a El Cordobés.

Intuyo que cuando muera no habrá el funeral de Estado que merece y los políticos aprovecharán para plantar moralejas sobre su profesión. La tauromaquia es la industria cultural que mejor aprovecha la personalidad de los genios. Eso ya nadie lo sabe. El Cordobés prefiere no hablar demasiado de nada de esto.

JUAN DIEGO MADUEÑO /EL MUNDO

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