La tela de araña del toreo
Artículo de opinión de Javier Lorenzo publicada en el suplemento ‘Toros’ de LA GACETA
El toreo es tan mezquino que ha llevado a Ángel Téllez en convertirse en una nueva víctima más de su sistema. O estás dentro de las garras de los poderosos que manejan la tela de araña en la que se desenvuelve la Fiesta o no toreas. Una tela de araña en la que es muy difícil entrar y de la que nadie quiere salir. Los toreros prefieren ser marionetas de los cuatro poderosos de la industria taurina que tener el mando de ser dueños de su destino. O comulgas con ruedas de molino o te quedas en casa. La frase mil veces repetida. Así está el toreo.
Los triunfos en el ruedo ya no valen, más que cuando interesa para justificar lo injustificable. El toreo pierde su grandeza en el momento en el que se deja de ser justo con lo que se hace delante del toro. Una ley no escrita que antes se respetaba. Una ley no escrita que antes le daba categoría a un espectáculo que poco a poco o va perdiendo esa categoría. Porque esos poderosos hombres que manejan sin pudor ni justicia, la tauromaquia en el fondo, y en la forma, también han dejado de tenerla. La categoría para ser justos y a partir de esa justicia saber lograr la rentabilidad propia de los nuevos nombres que van saliendo en la bolsa del toreo para regenerar la ilusión del aficionado. Ese que también ha descubierto a los personajes que envuelven la fiesta y la condena, donde se perdió la vergüenza por hacer demasiadas artimañas que antes se lograban con capacidad y picardía. Hoy se ha perdido la vergüenza, no se tiene miedo a la crítica, porque la crítica no crítica y porque el devaluado poder de los medios taurinos ha dejado de tener influencia y mando. Porque ya no tiene el valor de sacar los colores, de ejercer la denuncia y destapar las injusticias que se cometen a diario.
Ángel Téllez, el último milagro que surgió de la plaza de Las Ventas ha tenido que caer en las garras del toreo, después de que casi cuatro meses después de salir a hombros en Las Ventas se haya dado cuenta de que si su carrera no está en manos de quien maneja el toreo no se viste de luces. Que si no entra dentro de su círculo no participa del gran circuito de la temporada. Ese al que antes se accedía después del ansiado triunfo con el que sueñan todos. El triunfo ha dejado de tener fuerza. Antes una oreja en Madrid abría las puertas de todas las plazas y una puerta grande en Madrid daba el pasaporte para entrar con categoría, derecho propio y cotización en los mejores carteles. Hoy no. Ni la puerta grande ni mucho menos una oreja en un coso de relevancia. Nada sirve, porque el toreo ha dejado de servir a los héroes anónimos para repartir el pastel entre la docena de toreros que viven de él representando su papel en todas y cada una de las ferias del año, con el mismo argumento, con la misma trama y los mismos protagonistas que hacen que el aficionado —que es quien sustenta este espectáculo con su paso por taquilla— esté cada vez más aburrido. Pero hasta el aficionado, que es el principal cliente de los ‘dueños’ de la industria taurina ha dejado de importarles, con el único propósito de terminar exprimir la vaca del toreo. Llegará un momento que esa vaca dejara de tener terneros. Y cuando se muera la vaca, morirá todo.
El aficionado será consciente de quién fue capaz de acabar con el toreo. Tendrá nombres y apellidos. Ese será su gran logro y su gran aportación a la tauromaquia. Y no los busquen entre los políticos de turno ni tampoco entre los antitaurinos. No les hacen falta. Les están haciendo el trabajo de manera gratuita.
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