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domingo, 4 de septiembre de 2022

MANOLETE (II)

 Una nueva época

Por Santi Ortiz



Si 1937 nos muestra a un Manolete destinado al Regimiento de Artillería Pesada número 1, de Córdoba, aunque el favor de sus jefes le permite actuar ese año en 6 novilladas y 4 festivales, 1938 será, a pesar de la guerra, la temporada de su consagración novilleril. Es el año de las novilladas de Sevilla, que tanta nombradía habrían de darle; el año de la pata al novillo de Concha y Sierra y otra al de Conradi y las cuatro orejas y dos rabos a los de Villamarta, todo en su tierra natal; el de las tres orejas y rabo en su cuarto paseíllo sevillano. De aquel “pobre diablo” de Tetuán de las Victorias queda ya muy poco, aunque su espada continúa siendo el supremo elemento de su tauromaquia.

Sin embargo, nuevos vértices comienzan a habitar su toreo; un toreo que ya se empieza a intuir como algo nuevo que viene para quedarse y no como fugaz transeúnte. Por ejemplo, el público empieza a reparar en los terrenos que pisa Manolete. Lo cerca que se pone de los toros. Sobre todo de los tardos, a los que les llega donde nadie antes, hasta hacerlos embestir. Su mejora con el capote es notable, pero, por encima de todo, se le aprecia su afición a torear de muleta, que maneja con suavidad, elegancia, firmeza y mando gracias a un juego de muñecas notable y a la quietud de unas zapatillas que no saben de enmendar los terrenos.

Diez novilladas prologan en 1939, el paseíllo de El Puerto donde Manolete –tres orejas y rabo– da por clausurada su etapa de novillero con caballos. Los primeros efluvios de paz ya venían recorriendo el desolado paisaje de una España esquilmada por la guerra, cuando en Sevilla se comienzan a imprimir los carteles de la alternativa de Manuel. La fecha –2 de julio de 1939– será tomada como hora cero de la nueva época que está a punto de comenzar para la tauromaquia: la que Manolete llenará con su toreo y con su nombre, sin que nadie, ¡nadie!, de los rivales que le fueron saliendo al paso, pudieran interferir lo más mínimo en esta proclamación. Desde julio del 39 al 28 de agosto de 1947, el amo y señor del toreo se llama Manuel Rodríguez Sánchez, aunque, como es lógico, esta hegemonía pase por sus fases de crecimiento, consolidación y plenitud, hasta que el asta de “Islero” lo derrumbara todo como un castillo de naipes.


El día señalado, un Chicuelo veterano –le faltaban algo más de dos meses para cumplir los veinte años de alternativa– oficiará de padrino de ceremonia, con un testigo que también lo será de la cogida mortal de Linares: Rafael Vega de los Reyes, Gitanillo de Triana. Los toros son de Clemente Tassara (antes Parladé), como rezaran carteles, haciendo esta aclaración porque las reses a lidiar habían sido adquiridas por don Clemente aquel mismo año a Manuel Blanco, propietario de uno de los cuatro lotes en los que, al fallecimiento de Luis Gamero Cívico, se había dividido la ganadería que éste adquiriera en 1914 a Fernando Parladé; de ahí que los toros a lidiar en esta corrida de investidura fueran de puro origen parladeño. De ellos, Chicuelo cederá a Manolete el llamado “Comunista”, rebautizado oficialmente “Mirador” huyendo de hurgar, por demasiado recientes, en las heridas de la Guerra Civil.

La corrida, organizada a beneficio de la Asociación de la Prensa sevillana, constituye un éxito para padrino y ahijado: Chicuelo le corta el rabo al cuarto y Manolete las dos orejas al toro de la ceremonia, el mayor del encierro. La naturalidad, el temple, la quietud y el pundonor, cruzarán con él la frontera del mundo novilleril para afincarse en el del escalafón superior. Los modos que trae Manolete impondrán su vigencia en esta nueva etapa de su carrera para revolucionar el toreo, de lo cual deja ya semilla en esta tarde de su alternativa.

Sonado aldabonazo es el que el diestro de Córdoba pega en El Puerto en su tercer paseíllo como matador de toros. Su éxito será comentadísimo y expandirá la incipiente fama manoletina gracias a dos testigos –y protagonistas– de excepción e indiscutible prestigio: Juan Belmonte, que ese día actúa rejoneando un novillo de Concha y Sierra, y Domingo Ortega, cabeza de cartel de la terna que componen él, Pascual Márquez y Manolete. Ese día se demuestra que, en época de astados chicos, también salía el grande, pues es todo un corridón de toros el que trae de la marisma Pablo Romero al coso portuense –el segundo toro de Manolete pesará 380 kilos en canal; esto es: más de 600 en bruto–; encierro con el que, en tarde abroncada de Ortega, Pascual –oreja en el quinto– y Manuel se salen de valientes. En particular, Manolete, que acongoja a público y compañeros con ese valor frío, seco, que todo lo aguanta y a todo se atreve. Cuatro orejas y un rabo pasea ese día el cordobés; mas, por encima de trofeos y galardones, importa la sensación que deja en espectadores y profesionales de estar ante un torero de excepción; un torero distinto, al que no había que perder la pista.


Otro impacto de gran intensidad produce su debut en la Monumental de Barcelona –la plaza que, con diferencia, más lo verá torear durante su carrera: 70 paseíllos de luces–, donde le corta el rabo a un toro de Atanasio. Pero antes de acabar la temporada aún quedaba a Manolete satisfacer otra asignatura pendiente: su debut en Madrid. No ha pisado Las Ventas de novillero y este hecho, muy recriminado siempre por la afición madrileña, no lo es en esta ocasión dadas las circunstancias, ya que mientras Madrid permanecía durante toda la guerra en la zona Republicana, las andanzas del torero de Córdoba se desarrollaban en territorio Nacional, lo que hacía inviable tal presentación novilleril. No obstante, la expectación es grande y la responsabilidad máxima, de ahí que el mundo taurino centre su mirada en el coso madrileño ese jueves, 12 de octubre –corrida de Beneficencia–, día en que Marcial Lalanda apadrinará una doble cesión de trastos, pues a la del cordobés se suma la de Juanito Belmonte, alternativado un año antes que el futuro “Monstruo”. El Pasmo de Triana, que, como es natural, desea asistir a la investidura de su hijo, también muestra gran interés por volver a ver a Manolete después de la honda impresión que le causara en El Puerto. Y para ser testigo de excepción, intervendrá en el cartel rejoneando un novillo de Antonio Pérez Tabernero, de cuya divisa también serán los toros escogidos para los infantes.


Madrid tampoco se resiste a Manolete. El torero revelación del año convence a tirios y troyanos con su seriedad, su empaque, su quietud y la autenticidad de su toreo. Aunque está bien toda la tarde, hay que esperar al último para que llegue la escandalera. Manolete asombra. Primero, sorprende por su capacidad de ensimismarse, de aislarse, hasta el punto de arrojar fuera del mundo todo lo que no sea él y el toro; después, se postula como un torero fuera de serie. No se parece a nadie y posee una personalidad arrolladora. Su verticalidad, su hieratismo, el templado sosiego que imprime a las telas, lo desmarcan de todas las escuelas. Algunos ya empiezan a ver en él la encarnación de un nuevo
fenómeno. La faena al toro que 
abrocha la tarde es de plaza en pie y estupor de bocas abiertas. Y se produce en ella un hecho harto significativo: antes de que el torero se perfile para entrar a matar, los tendidos son una ventisca de pañuelos al viento en demanda de las orejas que al final cortará. ¿Qué quiere decir esto? Muy sencillo: que el toreo de Manolete ha ganado el peso suficiente como para equilibrar la balanza donde ha sobresalido hasta entonces la excelencia de su espada. Ya no es sólo el extraordinario matador de toros que ejecuta el volapié con una pureza impresionante, ahora es también su prodigiosa forma de torear la que conquista al público y un puesto de honor en su tauromaquia. De ahí, que “Clarito”, parafraseando su hipérbole de los tiempos sísmicos de Juan Belmonte, diga ahora: “el toreo está tan lleno de Manolete, como los cielos y la tierra de la voluntad de Dios”.

1 comentario:

Coronel Chingon dijo...


Muy bueno, lo narras tal cual si lo hubieses visto hace un par de días, enhorabuena