Pasó San Miguel y con él, el último tramo de un abono que ha mostrado su fortaleza en la taquillas desde la primavera al otoño. Los tres llenazos del ciclo final -ya hubo otros seis anteriores- certificaban la expectación despertada siguiendo la tónica de tantas ferias y plazas que han visto repoblar sus tendidos como ya no se recordaba. Las ganas de toros o el repunte de la afición es una evidencia que se suma a esa marea joven que se siente tan taurina.
La reacción contra la política de cancelación o el lento derribo de la ajada y fallida cultura woke son algunos de los factores a tener en cuenta para este florecimiento taurino que también debe mucho a la excelencia artística de un torero de época como Morante de la Puebla y un figurón de indiscutible tirón mediático como Roca Rey.
Los dos gallos del corral, precisamente, se vieron las caras en el cartel estrella del ciclo, una corrida -como la del pasado 1 de mayo- que brillaba por sí misma en la cartelería y había ido ganando tirón a la vez que se desbordaba la propia campaña del genio cigarrero y arreciaba la competencia con el paladín limeño. Pero donde queríamos ver guerra al final hubo paz: Morante y Roca limaron cualquier diferencia con unas palabras de hombre a hombre que sellaron con un gesto de complicidad. La corrida de Cuvillo, eso sí, frustró cualquier componenda e impidió que Javier Zulueta, que perdió una oreja por la espada, pudiera salir más airoso del doctorado. Las lanzas han vuelto al armero...
El concurso de la tele
Esa corrida mencionada, la del primero de mayo, ya había sido televisada por Canal Sur en el banco de pruebas que supuso la emisión de tres carteles primaverales. El éxito artístico se unió a la audiencia alcanzada para animar la retransmisión íntegra del ciclo otoñal que, a su vez, hace soñar con una Feria de Abril al completo emitida en abierto a través de la pantalla autonómica. Nos consta que es una apuesta personal del consejero de Interior, Antonio Sanz. Todo está por ver...
El caso es que la suma de toda esa expectación y la fortaleza de la taquilla han dado el producto del ambientazo vivido estos días en el entorno taurino y en toda la ciudad de Sevilla que ve reforzar el primer otoño como meca turística. Lo hemos escrito muchas veces desde esta misma atalaya: la Feria de San Miguel puede -y a lo mejor debe- crecer ajustando la oferta abrileña y reestructurando ligeramente el esquema de la temporada. La fuerza de este segundo abono -la política de lotes permite adquirir el ciclo de una tacada en febrero- es cada cada vez más evidente e invita a probar nuevos planteamientos, adaptándose a los cambios de preferencias. No habría resultado descabellado desplazar una de las novilladas de mayo o junio -cuando ya pesa acudir a la plaza- al prólogo de este ciclo sanmiguelino que ha brillado más en el papel que en el ruedo.
A modo de resumen
En la primera tarde brilló sin terminar de arrebatar la notable faena de Juan Ortega por más que, con el peor lote, Aguado se marchara de la plaza con ese plácet secreto de los profesionales y los buenos aficionados que certifica su excelente momento. David de Miranda, que había revalorizado el interés de la cita al sustituir a Manzanares, fue fiel a su mejor ser y estar con un toro que se adaptaba perfectamente a su más genuina personalidad. El diestro de Hinojos volvió a sorprender por su impávido valor pero no terminó de resolver con otro animal mucho más potable. Eso sí, sorprendió que Miranda anunciara la ruptura de su apoderamiento con José Luis Pereda -la plaza de La Merced de Huelva ha sido su santuario en el ostracismo- la misma noche de su paso por Sevilla. A partir de ahí los rumores se dispararon y arreciaron cuando el valeroso diestro chiquero apareció en el burladero de la empresa Pagés en la corrida dominical.
Hay que hablar también de la corrida del sábado, festejo de entretiempo que sirvió para constatar la ciencia taurina de Daniel Luque, autor de una faena de pura alquimia con un ejemplar de Garcigrande que había hecho cosas muy raras de salida. La memoria rescata la faena en dos tiempos de Borja Jiménez: una primera parte compacta y maciza, a toda orquesta, y una segunda más encimista y mucho menos fluida. Las ganas, el ansia de triunfo, estuvieron por encima de la calma. Talavante fue tan anodino como su lote. Termina la temporada con la estadística a favor, sostenido por la casa que le apodera, pero el rastro de sus actuaciones pertenece a la irrelevancia.
Nos marchamos ya, reiterando una idea sobre la que habrá que volver: la corrida del domingo, a falta del festival que debe engrosar las bolsas de caridad de San Bernardo y El Amor, fue la última que ha organizado y celebrado la empresa Pagés bajo los actuales parámetros contractuales.
Haya o no haya renovación -que Dios dirá- sí concluye un modelo de relación casero e inquilino pulverizado por los pleitos que todavía colean y sobre todo, la duración de los próximos contratos de arrendamiento. Los Pagés aterrizaron en la gerencia de la plaza de la Maestranza en diciembre de 1932 y tienen la meta de alcanzar el siglo al frente del escenario más lujoso del toreo.
La decisión, la que sea, ya está tomada.
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