En plena transición de la noche al día, al legalizado Partido Comunista de España, aún alejado de los tópicos y los complejos actuales sobre el toreo, no le importaba incluir un festival de novillos en el programa de su famosa fiesta anual en la Casa de Campo de Madrid, y presidido nada menos que por su secretario general.
Ni tampoco a su sindicato, Comisiones Obreras, organizar otro nada menos que con Antoñete en el cartel. Resulta que a los entonces temidos rojos también les gustaban los toros, y que tenían sus propias ideas sobre cómo gestionar políticamente el espectáculo.
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