Lo que jamás, jamás, imaginé, es que el esmoquin de James Bond del anuncio iba a cobrar vida en el cuerpo de EP en un ruedo: Nunca digas nunca jamás . Yo, que a Maxi Pérez le había hecho la coña sobre si la corrida era de luces o de pajarita, como una broma estrambótica y surrealista, incumplible por desorbitada, me quedé sin sangre cuando los portales taurinos empezaron a subir las fotografías de Enrique Ponce con el esmoquin en el ruedo.
Y luego toreando a placer. Ponce, el torero de época, el hombre que superó durante 10 temporadas consecutivas las 100 corridas de toros, el imbatible sabio, el incombustible Minotauro, el catedrático del último San Isidro, se acababa de pegar una pasada de 1.000 pueblos.
Dice Maxi en su crónica desde Istres que ha sido una tarde mágica, la sublimación de la madurez de Enrique, las ocho orejas, los dos rabos, la Biblia en verso, el enésimo indulto... Mas eso de cambiar el vestido de torear en el quinto toro por un esmoquin a mí me parece un petardo gordo, un ridículo sublime, una patada en el hígado del toreo, en lo poquito que le queda ya de rito. Repasa uno las fotografías y no se sabe si se trata de un portadón del ¡Hola!, una despedida de soltero o el final pedo de un bautizo.ZABALA DE LA SERNA
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