La historia es preciosa, sin duda, y conviene recordarla.
El buen toro de Miura se encontró con el toreo más auténtico y primitivo. No hubo impostura ni premeditación alguna en un torero que, impermeable al curso del tiempo, mostró auténticas joyas al natural además de hacer revivir su notable concepto en una nueva dimensión. Ni siquiera el hecho del improvisado, complejo y difícil encuentro con la Maestranza puso límites a quien rivalizó consigo mismo toda la tarde. La importancia de aquella cita fue para él, más que un deseo, una realidad que, con súbita e inexplicable ilusión, activó una tauromaquia emotiva y ansiada.
Desde entonces, su toreo campa a sus anchas por las ferias de España, Francia y América. Aquella tarde de miuras acabó con el triunfo irrevocable que invita a soñar. A imaginar un inmediato y prometedor futuro. Y en ello estaba cuando se le apareció en la plaza de Sotillo de la Adrada ese fantasma que acecha los recovecos del toreo alterando los deseos, y le recordó que el placer en el ruedo no es más que un juego, a vida o muerte, que se silencia y se deja a un lado demasiadas veces. Y esquivó la muerte en enloquecida huida este "maníaco" referencial del valor y la ambición.

Nunca, como hoy, estaré más cerca de él Y aunque estas trágicas situaciones en el toreo son índices de una realidad que sucederá otra vez, y otra vez… ni que decir tiene que Manuel Escribano volverá con la misma entrega para seguir provocando incontenibles emociones con la verdad, la grandeza, el misterio y la magia de este arte eterno que muchos lo tergiversan por no quererlo entender.
Por Manuel Viera
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