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viernes, 3 de junio de 2016

"Una de Cuadri tremendamente seria"

Solo un día después de la transparente corrida de Victoriano del Río, el turno para uno de los cinco hierros emblema del torismo. Difícil prueba. Encabo, desafortunado con el descabello, celebra con torería sus veinte años de alternativa. Valiente y templado Robleño. Oficio de Rubén Pinar 
Dos horas y cuarto de función. Antes de soltarse el quinto, saltó al ruedo de espontáneo un activista. Lo redujeron por la fuerza las cuadrillas primero y números de la policía después. La bronca fue de época. Seis toros de Cuadri. Luis Miguel Encabo, silencio tras aviso y pitos tras aviso. Fernando Robleño, silencio en los dos. Rubén Pinar, saludos y ovación tras aviso. Picó muy bien al tercero Agustín Moreno. Buena brega de Raúl Ruiz, Candelas hijo  y Javier Ambel, que además prendió dos pares de mérito.
EL CUAJO PECULIAR y distintivo de los toros de Cuadri: su grave, imponente hondura. Los pechos, las culatas, las cajas cilíndricas, las manos cortas pero alta la cruz. Las pintas de negro tizón; las palas y los pitones cenicientos. Una estampa singular.
Una corrida más abierta y variada de hechuras de lo habitual en Madrid. Un colosal quinto más armado que los demás, de alzada llamativa. Un primero terciado pero no menos serio que cualquier otro; un segundo que dio en tablilla 520 kilos pero aparentaba bastantes más, de rara morfología; muy astifino el tercero, que fue toro de elásticos movimientos; largo como una noche el cuarto, acucharado pero muy abierto; y un sexto acapachado, no tan duro de manos como el resto.


Un promedio en báscula de 570 kilos. Solo el quinto rebasó el listón de los 600. Menos carga de lo acostumbrado. Se movieron los toros. Todos: los tardos, los prontos, los revoltosos, los listos, los guerreros, los guerrilleros y los pacíficos también. Hasta los que se agarraron al piso se movieron cuando tocó.
No hubo ninguno dócil. En todos latió el fondo agresivo de la ganadería, pero en grado muy diferente. Las embestidas en tromba del quinto estuvieron en la línea mejor del encaste y el hierro. En el carácter incierto del cuarto –su agilidad para revolverse-  quedó reflejada la primitiva listeza de Santa Coloma. De todo menos facilidades. Se empleó lo justo en el caballo la corrida. Todos, salvo el sexto, sacaron en banderillas la complicación de esperar y el genio de dolerse. A la hora de la muerte se pusieron por delante casi todos. Un instinto privativo. El espectáculo tuvo su característica densidad.  Se empeñaron en faenas de aliento, y de aliento por largas, los tres espadas. La regla aconseja brevedad con el toro de Cuadri. También cambiar de mano y terreno lo más posible. Esa era la fórmula de un torero como Esplá, tenido con razón por el último gran experto en el género.
Luis Miguel Encabo celebraba en esta feria sus veinte años de alternativa. Una alternativa brillante, en fecha mayor de San Isidro, triunfo con un bravo toro de Victoriano del Río. Una carrera larga de torero largo y capaz. Dignidad profesional. La edad madura, regusto clásico destilado, academicismo. Muy bien vestido, de salmón y oro. Canas prematuras para un hombre de cuarenta años. Y un primer trabajito de armonía e inteligencia. La fórmula Esplá pero en interpretación personal. Lidia segura y sencilla, tres pares de banderillas que fueron detalle mayor y un trasteo inteligente, muy seguro, de rayas afuera en tandas cortas porque el toro probó y no solo tardeó, no se entregó ni regaló un solo viaje.
Todo tuvo un aroma de torería genuina. No se había visto en toda la feria rematar un quite con una serpentina –lo intentó sin éxito una tarde Roca Rey- y Encabo lo sacó del arca donde se guarda el buen paño. Media estocada y siete golpes con el verduguillo. El descabello iba a amargarle la fiesta de los veinte años. Once intentos antes de tumbar al temible cuarto, el más agresivo e incierto de los seis. No pudo en esta segunda baza Encabo componer con el apresto del primer toro, sino medir a la fiera y medirse sin dar al toro ventajas.
Robleño le hizo al segundo una faena precisa de hasta siete tandas en un cachito de terreno, junto a la segunda raya del burladero del 6 y el 7. Señal de dominio. No terminó de romper en claro el toro, pero Robleño lo pasó por las dos manos en tandas ligadas de cuatro y el de remate. Buen trabajo. Lo deslució una estocada en los blandos. Al quinto, que montaba por encima de él al estirarse y lanzarse, le ganó por la mano después de haberse doblado con gran estilo y de haberse estirado de salida en lances de bravo por lo embraguetados, sueltos los brazos. El toro, la cara por encima del palillo al tomar la izquierda, no fue tan de atragantarse como el cuarto, pero puso caro cada uno de los viajes, no hubo dos iguales. Tres pinchazos, una estocada corta. No se podía pasar.
Los dos toros de mejor trato fueron los del lote de Rubén Pinar. El tercero, por humillar y repetir sin revolverse más de la cuenta; el sexto, por meter la cara sin duelo. Con los dos estuvo firme y entero el torero de Tobarra, que se dio el lujo de torear al tercero con la izquierda muy despacito y de manejar las embestidas del sexto como si fuera lo que no fue: un toro de tantos. Demasiado largas las dos faenas. La cantidad en detrimento de la calidad. Oficio de facilidad solo aparente. Resolución y acierto con la espada. Una tarde solvente. (COLPISA, Barquerito)

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