Melilla no se cuenta. No es posible. Cuando uno se embarca desde la mitad de la tierra donde campa el toro bravo llega a este rincón, tan europeo como africano, pensando que nada le puede enseñar de la afición que vive a diario. Y se equivoca.
Y entre el maremagnum de culturas, de personalidades y de realidades que desayunan juntas cada día lejos del elitista puerto -lo más europeo de cuanto en Melilla mora-, se levanta en el corazón palpitante de la ciudad esa joya que bautizaron con el remoquete de La Mezquita del toreo. Única.
La Sevilla de África decían ayer algunos de los compañeros que descubrieron su figura y se dejaron envolver por su blanca e inmaculada belleza por vez primera. "Parece mentira", comentaba alguno, "que una de las plazas más bonitas que he visto en mi vida se levante en África como bastión del toreo".
Porque es atalaya taurina donde divide el estrecho y es, además, fuente de caudal y de vida donde une el mar. Porque esta tarde se colgará un cartel de 'No hay billetes' en la gloriosa mezquita para ver a Juan Mora y a Ferrera y las plazas hoteleras se han agotado en la ciudad. La Mezquita es fuente de vida en esta tierra porque tiene personalidad en sus piedras y también en sus carteles.
Por eso el Mediterráneo, que siempre abrazó y excavó la senda de nuestra historia se convierte hoy en el cauce por el que llega el aficionado y el turista. O ambos, porque de todos precisa Melilla.
MARCO A. HIERRO
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