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jueves, 19 de agosto de 2021

OBITUARIO

 


El presidente Luis Espada (Sevilla, 1932) el más emblemático de la plaza de toros de Las Ventas en el siglo XX, ha fallecido este jueves a los 89 años en la clínica madrileña de Beata María Ana, según han confirmado fuentes de la familia. Estaba hospitalizado a causa de la covid, aunque arrastraba desde hace tiempo varias patologías que le obligaron a pasar por el quirófano hace menos de un mes.

Su etapa de 11 años en el palco, desde 1986 a 1997, ha pasado a la historia como un ardiente movimiento social en defensa del toro y la integridad de la fiesta. Convertido a su pesar en personaje popular, contó con el apoyo y la admiración de los aficionados, el respeto de los profesionales y el amparo de los políticos.

Jubilado como comisario de policía desde el año en que bajó del palco madrileño, ha dedicado su tiempo a otras aficiones: el flamenco, en el que era todo un experto, cantaor a tiempo parcial y siempre entre amigos; pintor autodidacta, con 11 exposiciones individuales; poeta dedicado en exclusiva a ensalzar el amor que sentía por su esposa, según confesión propia, y versado jugador de dominó y mus.Hombre de carácter y fuertes convicciones profesionales, éticas y religiosas, fue un presidente innovador, exigente y generoso, objeto de veneración y también de crítica, pero todo un referente de la autoridad, decidido a defender los derechos de los espectadores desde el protagonismo absoluto del toro.

Luis Espada nació en Sevilla por accidente, pues allí vivían sus padres por el destino de su progenitor, brigada de la entonces Policía Armada. A los ocho años, en Jerez de la Frontera, acudió por vez primera a los toros. En Murcia alcanzó el título de inspector de policía, y en esa ciudad se casó en 1960 con Julia Sánchez, con la que ha tenido cuatro hijos.

Luis Espada, en una imagen de octubre de 2019.A. L.

A los 43 años se convirtió en el comisario más joven de España; en la localidad menorquina de Ciudadela presidió su primer festejo, y también ejerció como autoridad taurina en Toledo antes de ser destinado a Madrid, donde asumió la jefatura de espectáculos taurinos y fue nombrado presidente de Las Ventas en 1986.

En octubre de 2019 reconocía  que no había visto muchos festejos cuando subió al palco madrileño, y que era aficionado, “pero no un gran aficionado”, añadía. Pero tuvo claro desde el principio que su cometido era defender los derechos de todos los integrantes del sector desde el principio básico y fundamental de que el toro es la base principal del espectáculo, “y si carece de la dignidad requerida se resiente la fiesta al completo”, decía.

Así, con este sencillo y exigente planteamiento de salida, Luis Espada se erigió pronto en el referente que la fiesta necesitaba en la plaza más importante. Fue el creador y organizador de las jornadas para presidentes y delegados gubernativos, aún vigentes. Ejerció como escritor, conferenciante y tertuliano reclamado por peñas, asociaciones y universidades para hablar de toros. Recibió muchos reconocimientos y premios por su labor; entre ellos, el Luis Mazzantini, en 1997, que le otorgó el círculo universitario del mismo nombre, que preside Javier López-Galiacho.

Riguroso con los ganaderos y con los toreros, Espada contó muchas tardes con el beneplácito de la afición, y otras aguantó las broncas del público, discordante con sus decisiones. Como aquel 23 de mayo de 1996, en la decimotercera corrida de San Isidro, la famosa tarde de los quites entre Joselito y Enrique Ponce, en la que le negó la oreja en el último toro a Rivera Ordóñez, quien confirmaba la alternativa. Mientras el tendido 7 y la andanada del 8 cantaban “Eso es un presidente, eso es un presidente”, la crispación del resto de la plaza subió de tono, y el presidente tuvo que ser escoltado por la policía para salir de la plaza.

Partidario de Paco Camino, recordaba con admiración a Victorino Martín, Antonio Ordóñez, Rafael de Paula, Julio Robles, y de los toreros actuales, a Curro Díaz y Diego Urdiales.

Luis Espada pasó los últimos años de su vida alejado del mundo de los toros, pero con las mismas convicciones que lo hicieron famoso: “Llegué al palco convencido de que este espectáculo tan grandioso pierde su identidad si el protagonista es un inválido. Sin toro no hay fiesta”, decía en 2019. En la hora del adiós, quede el homenaje de respeto y admiración a un presidente íntegro, cuya labor marcó una época en la reciente historia del toreo.

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