Por Santi Ortiz
El sábado dejamos Madrid con sus rejones, estuvimos pendientes de lo que ocurría con Tomás Rufo en Talavera de la Reina –al final, nuevo triunfo de seis orejas– y nos fuimos a la villa ducal de Osuna, donde la familia Cuadri lidiaba una corrida de toros; mejor dicho: una señora corrida de toros. Siendo su ruedo más que centenario, pocas veces se habrán lidiado en Osuna toros con tan descomunal trapío. Hubo astados, sin duda, de plaza de primera y fue su conjunto un sexteto de impresionante estampa; a mi modo de ver, excesivo para la categoría del coso.
No obstante, más allá de si es grande o chico, cornalón o cornicorto, lo más importante de un toro es su comportamiento. Y ahí es donde los cuadris sacan su trapío interior, esa seriedad intrínseca a su mirada y a su forma de mostrarse ante el torero, que a veces pesan como una losa en el ánimo de los hombres de luces, más incluso que sus poderosos pechos, su hondura y el poderío que se desprende de su anatomía.
Sabiendo que difícilmente coincidiré con la opinión de los ganaderos, pues mi perspectiva es bien distinta a la hora de enjuiciar las reses, diré que la corrida tomó diez varas, ya que el lote de Esaú Fernández sólo tomó una cada toro; que le pegaron fuerte en conjunto; que el primero se durmió en el peto; que el segundo tardeó las dos veces, que en la primera vara, empujó poco con la cara alta y escarbó en la segunda teniendo que echarle el caballo encima para que fuera; que el tercero acudió sin clase con la cara alta; que el cuarto acudió al primer envite rápido, casi al relance, y se dejó pegar en la segunda; que el quinto se empleó más, metiendo los riñones y corneando el peto en la segunda, igual que los metió el sexto en la única vara que tomó.
Corrida de tono medio en el caballo, castigada en exceso: señal inequívoca de que los toreros se resguardaron las espaldas por lo que pudiera pasar, lo que a su vez implica una predisposición defensiva poco apta para el triunfo final. Sinceramente, sin ser fácil –difícilmente los cuadris lo serán–, a mí la corrida me pareció contar con más opciones de las que finalmente los diestros aprovecharon. Y para no meter a los tres en el mismo saco, me apresto diligente a separar a Rafaelillo del resto, pues tuvo una actuación digna –cortó la única oreja del festejo–, aunque ante la embestida muy templada del cuarto, dio a violentarlo con brusquedades totalmente inoportunas.
Ni Pepe Moral ni Esaú Fernández llegaron a esta corrida con el depósito de valor lo suficientemente lleno para no naufragar. El torero de Los Palacios, que comenzó gustándose en las verónicas por el pitón derecho al segundo de la tarde, se fue apagando a lo largo de la corrida hasta terminar dejando encendido el pilotito rojo de peligro. A ver si el próximo martes cambia la moneda en Las Ventas ante la corrida de Arauz de Robles, porque la imagen dejada en Osuna es altamente preocupante y precisa de una pronta rectificación. En el aplomado segundo, aún mantuvo el tipo evidenciando voluntad ante un toro cuyo excesivo castigo en el caballo acabó por dejarlo hecho un marmolillo; pero en el quinto, con el suficiente brío en las embestidas para que la coletería se contagiara la medrana e hiciera de la lidia una capea, se le vio muy por debajo del astado que, pese al defecto de no humillar, me pareció un buen toro en la muleta. Claro que a los toros, sean de Cuadri o del Barbero de Utrera, hay que hacerles las cosas bien y es básico quedarse quieto, de lo contrario tendríamos que remontarnos a la época del toreo decimonónico, cuando Belmonte aún no había patentado su revolución, y eso ya no lo admiten los públicos.
Esaú navegó por aguas parecidas. El tercero fue un toro manejable en la muleta, que pedía la suficiente firmeza para no desarrollar malos instintos. El de Camas no la tuvo. Además, tanto en éste como en el más reponedor sexto, no acertó a dejarle la muleta en la cara ni una vez. De hecho, cada vez que el sexto le repetía no era capaz de dejar las zapatillas en reposo y así el toreo moderno se hace imposible. Si quiere engañarse, que se engañe, pero con desplantes postizos y pegar voces pidiéndole a la gente que sacara pañuelos que él no había logrado con su muleta, no se resuelve su grave problema. Y eso quien mejor lo sabe es él, como lo sabe Pepe Moral, porque no es lo que digamos los pocos críticos que vamos quedando, sino que son ellos los que saben mejor que nadie cómo han estado. Esta vez, le pese a quien le pese, la corrida de Cuadri tuvo mala suerte
2 comentarios:
Sensor Ortiz, discrepo sobre Rafaelillo pues me parece que no los ve siempre está a la defensiva y desaprovecha las buenas embestidas
Excelente crónica, amigo Santi, pero creo que Rafaelillo no aprovechó la excelente condición y
bravura del primero, que
tuvo una mala lidia y una faena de más teatro que sustancia.
Por lo demás, coincido con tu comentario y sigo con deleite tus artículos y opiniones.
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