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jueves, 26 de enero de 2023

Historia: El peto en los caballos

 



 Historia cronológica

Muchos fueron los caminos recorridos hasta que el peto de los caballos de picar se instituyó de forma definitiva para protección y defensa de equinos y montados. Y muchos más trayectos se han dado hasta la última disposición relativa, como se recoge en el artículo 65 del actual Reglamento de Espectáculos Taurinos, que regula los pesos de los petos y composición de los mismos.






Desde hacía años repugnaba a la sensibilidad del ciudadano en general el sangriento espectáculo de los caballos muertos o gravemente heridos en la arena. Era una crueldad que repelía incluso los aficionados curtidos en su contemplación. Por otra parte las sociedades protectoras de animales tomaron parte en el asunto de una forma presencial.


El primer paso se dio el 10 de septiembre de 1877. La Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Jerez de la Frontera, hizo público un documento en defensa de los caballos de picar. El escrito en cuestión aboga “por la injusticia, crueldad y la inutilidad del tratamiento a los que se someten a los caballos de picar”. Entre otros, razonamientos y argumentos basados con motivos de carácter religioso, político y heráldico del pueblo español.

Tampoco prosperó el segundo movimiento, esta vez a instancias de la Asociación Protectora de Animales, que no dejaba de denunciar la forma tan bárbara y deshumanizada con que mueren los caballos de picar en las plazas de toros. El eco de las denuncias no cayó en saco roto, pero sobre todo por el creciente rechazo popular a tan desagradable imagen, a la nueva sensibilidad que se imponía entre las gentes que,  veía con buenos ojos “parapetar” a los caballos, práctica que ya se hacía en los tentaderos.




El primer modelo de peto -llamado de libro, por llevar unos pliegues- fue ideado por el matador de toros Enrique Vargas “Minuto”, en 1917. Se probó en las plazas de toros de Alicante y de Madrid. El periódico Día de Alicante, hace eco de la noticia: “Se lidiarán el día 19 de marzo de 1917 cuatro novillos de Aleas, para “Cantillana” y Gaspar Ezquerdo. En dicha corrida y por primera vez se ensayará y usará coraza o guardagolpes […] para preservar a los caballos de las heridas.” No hubo caballos muertos por cornada, pero sí por golpes. 


En Madrid, el 18 de septiembre 1917, a puerta cerrada, se hizo de nuevo el ensayo con un toro de Pérez Tabernero, tomó cuatro puyazos y por defectos del material o del diseño mató dos  equinos antes de ser estoqueado por “Chiquito de Begoña”. Esta prueba no dio  los resultados que se pretendían, siendo desechada la idea, aunque sí se evitó la desagradable imagen de tripas y entrañas.

 La resolución definitiva la impulsó el general Miguel Primo de Rivera, que por aquel entonces llevaba las riendas como jefe del Gobierno, tras un golpe de estado. Por Real Orden de 12 de mayo de 1926, firmada por el ministro de Gobernación y decretada por el Presidente del Consejo de Ministros, se designa una Comisión, que englobe a todos los estamentos para “que estudie y proponga la forma de reducir el riesgo a que son sometidos los caballos en las corridas de toros”.

El motivo de esta Real Orden fue el siguiente: El día 9 de mayo de 1926, el empresario Domingo “Dominguín” organizó en Toledo una corrida a beneficio de la Cruz Roja. Por lluvia tuvo que ser aplazada  para el día siguiente, lunes 10, con el mismo cartel: seis toros de Albaserrada, para “Chicuelo”, Marcial Lalanda y “Algabeño”. El jefe del Gobierno, general Primo de Rivera, presenció la corrida. Al regresar a Madrid Primo de Rivera, amante, como buen jerezano de los caballos -y declarado poco conocedor de la Fiesta- dio a la prensa una nota oficiosa en que proponía ciertas modificaciones en el reglamento taurino, entre ellas la sustitución de la suerte de varas por otra similar a la del rejoneo “algo que, logrando el mismo efecto, evite el sacrificio indefenso de los viejos caballos”.

El 10 de junio de 1926, reunida la Comisión, formada por: el duque de Veragua, por la Sociedad de Ganaderos; el señor Fraile, por los empresarios; Esteban Salazar, por los matadores; Poli, por los picadores; Palacio Valdés, por la Asociación de la Prensa; y el señor Páez, por la Sociedad Protectora de Animales. Se tomó el acuerdo de abrir un concurso, que habría que finalizar el 31 de enero de 1927, para presentación de los petos de los caballos.

Por primera vez se ensayaron en Murcia los petos protectores. Tuvo lugar la prueba en la novillada celebrada en aquella capital el 9 de enero de 1927. El cartel lo componían: novillos de Aleas, para Pepe Iglesias, Andrés Mérida, “Fortuna Chico” y López  Aroca. Fue ensayado el n. 10, presentado por la Asociación de Picadores. El primer caballo que estrenó el peto fue muerto de una certera cornada.

En Madrid se celebró la primera prueba de petos en la novillada de 6 de marzo de 1927. Cartel: 6 novillos de Moreno Santamaría, para “Gitanillo de Triana, Carlos Sussoni y Ramón Corpas. En la primera vara feneció el caballo que llevaba el peto n. 2. Seis caballos murieron esa tarde.

La Comisión decide que, desde esta fecha y hasta el comienzo de la temporada de 1929, se continúe ensayando, con carácter obligatorio, modelos de petos en las corridas de toros y novillos que se celebren en las plazas de primera categoría. Los petos debían ajustarse a las características de los examinados y aprobados con los números 2, de Esteban Arteaga; 3, de viuda de Bertoli; 4, de Manuel Nieto Bravo y 5, de Esteban Arteaga.

Casi dos años después, el 7 de febrero de 1928, de aquel primer impulso del absolutista Primo de Rivera, se dictó la Real Orden número 127, sobre la protección  de los caballos en la corrida de toros, la cual, dispuso que: “A contar del día 8 de abril, y con carácter provisional y hasta el año 1929, será obligatorio el uso de los petos defensivos de los caballos en las plazas consideradas de primera categoría”; es decir, las de Madrid, Sevilla, Valencia, San Sebastián, Bilbao, Zaragoza y Barcelona.

En un principio, el resto de las plazas el uso de los petos era potestativo, a juicio de la autoridad gubernativa; sin embargo a partir del día 13 de junio de este mismo año, se hizo extensivo y obligatorio a todas las plazas de España.

El día 8 de abril de 1928, en la plaza de toros de Madrid, en la corrida de Pascua de Resurrección, se usaron ya, con carácter obligatorio y definitivo, los petos protectores de los caballos.


 Los guerreros aztecas se protegían el cuerpo con unos sayos guateados, hechos con telas resistentes rellenas de algodón. Los llamaban ichcatluipilli, palabra que los españoles castellanizaron como escaupiles.

A los soldados de Hernán Cortés, sus pesadas armaduras y coseletes de hierro y cuero, les producían llagas durante las largas marchas por terreno abrupto, soportando  temperaturas y humedad elevadas. Con frecuencia estas heridas se infectaban causando una considerable merma de facultades, y podían llegar incluso a provocar la muerte.


Pronto descubrieron los españoles que los escaupiles de los mexicas eran bastante más cómodos e igualmente eficaces como protección en el combate, así es que los adoptaron tanto para las personas como para las caballerías.

Este es el origen de los petos que protegen a los caballos de los picadores en las corridas de toros. No son más que escaupiles aztecas fabricados con materiales modernos.


Notemos que el peto fue, en sus primeros años, una defensa que respondía a su significación de armadura para el pecho. Después el peto ganó en extensión y cubrió la parte trasera del caballo, y durante décadas de los cuarenta y los cincuenta, fue modificando antirreglamentariamente. Cada aumento de tamaño de la defensa de la cabalgadura trajo consigo una mayor impunidad para la acción del picador. El crecimiento del peto ha significado progresivamente la reducción del arte del varilarguero.

A partir de esta modificación, la fiesta de los toros no volvió a ser igual. La orden, dictada por el general Primo de Rivera, marcó un antes y un después en la historia del toreo.



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