El subalterno es un hombre de piel de bronce, cuando no renegrida, que enseñorea su torería con leve movimiento de hombros en el paso, gesto adusto en la mirada y un cierto aire solemne en cuantas empresas acomete, que entre el alba y el ocaso es consciente de ser portador de un aura especial propia del sacerdocio que ejerce.
Ya en el patio de cuadrillas un subalterno que se precie viste terno agitanado, gasta postura aflamencada, mira con recelo a cuantos se acercan al matador, ya sean prohombres de la fiesta, se dice a si mismo profesional cada vez que pinta la ocasión y habla con su maestro quedo y en bajo registro.
Los doctores en Tauromaquia aún no han discernido cuál es el sortilegio que opera durante el paseíllo, pues los más de los banderilleros demudan su actitud al cambiar sedas por percales, estiran los brazos, sueltan la lengua y transmutan en personas sustancialmente diferentes, procaces y, en caso extremos, histriónicas.
El, hasta instantes antes, auxiliador, se convierte en oráculo y el ayuda de cámara en conspicuo consejero.
Resulta difícil de comprender qué mecanismo opera para que consumados maestros con veinte años de alternativa y centenares de festejos a sus espaldas sean tan sensibles a las consignas que su cuadrilla va desgranando desde el callejón, y como cumplen, de forma cabal, cuantas indicaciones llegan a sus oídos, sin cuestionarlas en punto alguno, como si emanaran del propio Olimpo taurino.
El ambiente que se crea en el callejón, especialmente si la lidia tiene lugar cerca de la barrera, constituye en microcosmos que con frecuencia no coincide en nada con el ánimo de los tendidos, y puede decirse que en veinte metros cuadrados tiene lugar una auténtica conferencia privada, en la que el matador es el intérprete del libreto que los peones, y algunas veces el apoderado, recitan al tiempo que redactan.
Como en cada uno de los ámbitos de la cultura de la Tauromaquia, en éste también se ha desarrollado un lenguaje propio, rico y exuberante, cambiante con el transcurso de los años, que facilita la comunicación entre el matador y su cuadrilla, mas no siempre resulta inteligible para los no iniciados.
A continuación se expone un breve prontuario que facilita la comprensión de las conversaciones que se dan entre profesionales de oro y plata a lo largo de la lidia.
Acostúmbralo: Encélalo, es decir, invitación a provocar la vehemencia del toro en la persecución de los señuelos.
Aire: Conminación a guardarse mediante la lejanía a los pitones del toro, dejando un amplio espacio de distancia.
Alquilarse: Trabajar puntualmente en una cuadrilla diferente a la habitual a cambio de unos emolumentos.
Atácale: Invitación a realizar un toreo más próximo a la res y dinámico a fin de provocar la repetición de la envestida.
Cerrado: Dícese del toro cuando ocupa una posición cercana a las tablas.
Como los ángeles: Símil empleado por los peones para referirse a la calidad del toreo realizado por su maestro.
Crúzate: Exhorto para que el muletero se sitúe en línea con el pitón contrario, para provocar la envestida profunda y emocionante.
Dale distancia: Conminación a citar al toro desde lejos para no frustrar su celo.
Date importancia: Invitación a solemnizar la actuación muletera del maestro.
Desmayaíto: Condición del cite con gesto de desmayo cercano a la levedad.
Duélete: Consigna tendente a evidenciar ante el público que el torero sufre, por efecto de la lidia, algún tipo de lesión que pondrá en valor su entrega y su abnegación.
En el mundo: Término con dos acepciones diferentes. Si el subalterno pronuncia esta frase con el dedo índice de la mano derecha alzado está significando que su matador ese el número uno del mundo, de los toros se entiende. Si se vocaliza sin gesto adicional su significado es que no se ha visto un toreo más ajustado a los cánones en el mundo entero.
Enséñale: Encélalo.
Enséñalo: Invitación a mostrar la aviesa condición del toro para justificar la falta de lucimiento en la faena.
Es un dije: Descripción del toro cómodo y falto de trapío, también conocido por “bonito”. La reiteración de la expresión a lo largo de la lidia pretende estimular el ánimo del matador e inhibir sus miedos.
Hueco: Se emplea en imperativo para conminar al muletero a guardar distancias con el toro.
Ole los toreros “güenos”: Elogio castizo y corriente en el habla del callejón.
Pónsela: Consejo de aproximar la muleta a la cara del toro para provocar la embestida.
Quítale las moscas: Invitación a machetear por la cara, para mermar la condición física del toro y prepararlo para la suerte suprema.
Róbale: Sugerencia para que el torero aproveche el viaje hacia la querencia, y obtenga un pase fácil y de poco riesgo.
Rómpelo: Incitación a practicar el toreo por bajo, exigiendo la entrega física del toro, lo que merma sus condiciones.
Se deja: Expresión que significa que el toro no presenta especiales dificultades para consumar el toreo actual.
Sí: Frase afirmativa para refrendar un pase especialmente bien rematado.
Sin molestarle: Conminación a ejecutar el toreo a media altura para evitar que el toro humille y sea quebrantado.
Tiempo: Invitación a evitar la precipitación en el cite, posponiendo el toque para distanciar los embroques.
Tócale: Recomendación de agitar levemente la pañosa para llamar la atención del toro.
Va a servir: Reflexión sobre las adecuadas condiciones del toro para la lidia moderna.
Vámonos: Voz empleada para conminar al lidiador a que finalice la tanda de pases.
Vamos a gustarnos: Invitación a vivir la lidia con intensidad y pasión.
Vamos a perdérselo: Sugerencia para que el muletero retroceda cada vez que se aproxime el embroque, perdiendo un paso en cada pase.
Vamos a sentirnos toreros: Apelación a la interpretación del toreo desde la pasión más intensa que en ocasiones raya en el patetismo.
Véndelo: Imperativo que incita al matador a solemnizar el pase con gestualidad histriónica previa al mismo.
Venga ya: Voz de protesta hacia la presidencia empleada para excitar al público en la petición de trofeos.
Visto: Expresión para significar que el toro ha mostrado su condición y ésta ha sido interpretada por los lidiadores.
Una vez finalizado el festejo el subalterno retomará su gestualidad solemne y su verbo discreto, y guardará para sí cuantos detalles, por nimios que parezcan, que expliquen el comportamiento del toro y la actitud del torero.
Si algún aficionado se le aproxima en tono amistoso, con afán de descifrar las claves que han marcado el devenir de la tarde, el subalterno permanecerá impertérrito, mirará al suelo, se ajustará la casaca con un leve gesto de hombros, fruncirá el ceño con desdén y añadirá en tono críptico: “Es que lo que pasa en el ruedo no puede describirse con palabras
By "torocultura"
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