El aficionado es un hombre o mujer, joven o viejo, español o extranjero, conservador o progresista que siente ante la silueta de un toro, el brillo de un traje de luces o los acordes, ya sean destemplados, de un pasodoble, una emoción indescriptible.
El aficionado sabe de antemano del ganado y los lidiadores, conoce la genealogía del hierro y la presentación de la corrida, que ha visitado antes en los corrales, estudia el momento de forma de cada matador y las suertes que domina, y ya tiene en su mente la quimera de lo que va a ocurrir esa tarde en la plaza.
El aficionado hace juicio cabal de las posibilidades de cada toro por su trapío, reata, forma de mirar y comportamiento en los corrales, escucha con atención a vaqueros y mayorales y guarda para sí todos los estímulos, por nimios que parezcan, pues de ellos se deduce la cábala.
El aficionado acude a la plaza con un cierto aire solemne, sin prisa, con paso rítmico, sutil movimiento del brazo derecho al andar, mirada al frente, ceño levemente fruncido y rictus de gran concentración, pues en pocos minutos va a recrearse en el ruedo el prodigio de un arte centenario.
El aficionado no va de fiesta a la plaza si no a sentir emociones profundas y a consumar un rito ancestral del que se siente partícipe obligado.
El aficionado apostado en su escaño puede experimentar en un solo minuto miedo, tristeza, ira, repugnancia, sorpresa y alegría sin que ese agotador carrusel de sensaciones descomponga su gesto, siempre conspicuo, en previsión de lo que vaya a ocurrir en el instante siguiente.
El aficionado es buen conversador y pega la hebra con el de al lado tanteándolo al principio y entregándose después en una plática profunda que aborda gustos, preferencias, experiencias, actitudes, estilos de vida, expectativas, miedos, esperanzas, zozobras, gozos, vaticinios y deseos. Y todo eso hablando sólo de toros.
El aficionado es tolerante con los toreros modestos y exigente con los maestros consagrados, perdona el error pero no transige con la desidia, la falta de consideración al toro ni la falta de torería, ya vengan del mismísimo Belmonte redivivo.
El aficionado sale de la plaza meditabundo, reviviendo la corrida, paladeando los buenos lances, si los ha habido, y si no pensando ya en el próximo festejo, esperando que se produzca el milagro de la bravura junto con el sueño del arte sublime.
El aficionado es depositario de una fe como no existe en ninguna otra estirpe humana.
Fdo:Javier Bustamante
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